Dolor y gloria, la nueva propuesta autobiográfica de Pedro Almodóvar, llega a la cartelera precedida por grandes titulares y críticas. Pero ¿logrará el director manchego “desnudarse” por completo frente al espectador?
Crítica de Dolor y Gloria
La película nos presenta a Salvador Mallo (Antonio Banderas), un director de cine, en horas bajas… No por falta de creatividad, sino por la infinidad de dolores físicos que acarrea –migrañas, columna vertebral, agotamiento– y afecciones del alma –depresiones, adicciones–. Así, encerrado en su casa, con la única compañía de los grandes cuadros que cuelgan en las paredes, pasa día tras días el hombre que rozó la gloria y al que ahora sólo rodea oscuridad. Todo ello le ha llevado a abandonar la mayor de sus pasiones: rodar. A pesar de todo, su capacidad creativa sigue intacta, y los guiones se le van acumulando en el disco duro de su ordenador.
Empatizar con el dolor de Almodóvar resulta complicado. Ese es el pensamiento que perdura a la salida del cine. Dolor y gloria no es una mala película, ni mucho menos. Ahora bien, discrepo totalmente con muchos de mis compañeros críticos que la tildan de la mejor película del director manchego de todos los tiempos; una obra maestra del cine contemporáneo; lo mejor de toda la carrera del director.
Sinceramente son muchos los títulos de su filmografía que superan a la que hoy nos ocupa; es más, sólo hay uno digno de “tarjeta roja”: Los amantes pasajeros -un auténtico despropósito de propuesta. La mancha negra del currículum de Almodóvar-. También entiendo que son muchos los mitómanos del director que encuentran en Dolor y gloria una forma de acercarse más a ese misterioso personaje -la leyenda viva del cine español- que se oculta tras unas negras gafas de sol. Un hombre de éxito, de Goyas, de Oscar, que ha lanzado al estrellato a grandes actores como Antonio Banderas o Penélope Cruz; la imagen viva de “la movida madrileña”; protagonista de míticos enfrentamientos con sus actores -caso de Carmen Maura-; uno de los rostros más famosos de nuestro país a nivel nacional e internacional; un director de gran prestigio con una larga filmografía a sus espaldas… Por todos estos motivos no resulta raro pensar que muchos cinéfilos se encuentren atraídos por la figura del director y por una película que narra su historia personal hasta el momento actual. No es raro. Es más, este mismo año vivimos algo muy similar con el estreno de Bohemian Rhapsody.
Sus pasiones, sus duelos, sus traumas, sus temores, sus anhelos… parecen estar plasmados en el que sería su proyecto más personal. Y seguramente sea la vía de escape que ha decido usar el director para expresar y liberarse de todo ese que dolor que parece concentrarse en su interior. Además de su película más personal, es también su película más oscura. Las imágenes, excepto de las de su niñez, se presentar sombrías, sin luz. Los vistosos colores que siempre acompañan a su obra, aunque se encuentran presentes, no tienen el mismo protagonismo que en otras ocasiones y están rodeados de una atmósfera claustrofóbica y, como decía anteriormente, nada luminosa. La fotografía que acompaña a su obra es más cercana y menos estudiada. Lejos quedan los planos súper estudiados o los magistrales movimientos de cámara a los que nos tiene acostumbrados. Todas estas decisiones sirven para humanizar y acercar al público al personaje que representa su álter ego: Salvador Mallo, al que encarna Antonio Banderas.
Y esa es la mayor genialidad de la propuesta que realiza el director en Dolor y gloria, el ser capaz de distanciarse de su propia obra, tomar distancia, y contar su historia alejándose de florituras o los grandes artificios que normalmente acompañan a sus personajes.
El problema es que al espectador le costará llegar hasta ese dolor, sentirse identificado con esos fantasmas internos que presenta y acercarse a la persona, no al personaje. Quizá el propio Almodóvar se encuentre demasiado cerca, temporal y personalmente, de ese sufrimiento como para poder retratarlo sin ningún tipo de pudor en la gran pantalla. ¿Cuánto hay de sí mismo en el personaje de Salvador Mallo? Pregunta que el propio director lanza a la sala con la última escena de la cinta, sembrando la duda entre realidad y ficción. Eso es algo que sólo su autor conoce.
Lo mejor de la cinta es, sin lugar a dudas, la magistral interpretación de Antonio Banderas mimetizado con la figura, los movimientos y los gestos de Almodóvar. En muchas ocasiones el espectador tendrá la sensación de estar viendo al director en la gran pantalla. Banderas presenta un personaje sombrío, marcado por la muerte de su madre. Un hombre solitario que pese a los éxitos obtenidos, vive rodeado de dolor y de angustia, tanto en lo físico como en lo mental. También hay que destacar el trabajo realizado por Axier Etxeandia como Alberto Crespo. El personaje retrata a uno de los actores protagonistas de las obras de Mallo, con el que está enemistado desde el estreno de la cinta. Etxeandia nos regala uno de los mejores momentos de Dolor y gloria, la maravillosa y emotiva escena del monólogo.
“Son tus ojos los que han cambiado, la película es la misma” en la ficción estamos hablado de “Sabor”, estrenada hace 32 años; en la trayectoria cinematográfica de Almodóvar nos encontramos ante “La ley del deseo”. Autobiografía o autoficción. Este es el juego al que quiere que nos presentemos los espectadores en “Dolor y Gloria”.