Santiago Segura continúa el estilo de comedia blanca que propuso en “Sin rodeos” (2018), con una historia familiar que bebe del cine de Fernando Palacios y rinde homenaje a “La gran familia” (1962). Os dejamos con la crítica de Padre no hay más que uno, el próximo viernes 2 de agosto llegará a los cines.
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Sinopsis
Javier (Santiago Segura) es un informático obsesionado con su trabajo. Es un tipo egoísta y carente de responsabilidad ante los sentimientos que debería mostrar por su familia. Continuamente le espeta a su mujer que se ahoga en un vaso de agua y que pierde los nervios con facilidad. Tiene problemas para reconocer el carácter de sus hijos, sus costumbres y sus obligaciones en el colegio y en sus actividades extraescolares. Ante la imposibilidad de realizar un viaje de aniversario con su mujer, ella decide irse con su cuñada, mientras Javier se enfrenta a la caótica situación de bregar con sus cinco hijos durante una semana. El caos se apodera de la vida de los protagonistas, pero al mismo tiempo los niños logran sacar al padrazo que Javier lleva dentro.
Crítica
Santiago Segura declaró recientemente que siempre ha sido fan de “La Gran Familia” (1962) de Fernando Palacios, y aseguró que “ese ha sido mi referente a la hora de dirigir esta cinta”. No se le puede negar al carabanchelero su habilidad para captar las esencias de ese cine sesentero, envuelto en las penumbras del desarrollismo franquista y actualizarlo a la época de los “influencers”, las videollamadas y el WhatsApp. Si en la de Palacios la llegada de la primera televisión al hogar auguraba el nacimiento de un nuevo niño, en la de Segura queda reflejada la actual sociedad de la tecnología. Pero ese es precisamente el hándicap de esta comedia que divaga entre estereotipos completamente desactualizados y pequeños destellos de genialidad cómica muy al estilo del “slapstick”.
En nuestra opinión, Padre no hay más que uno es una comedia costumbrista para toda la familia, protagonizada por Santiago Segura, Toni Acosta, Silvia Abril y Leo Harlem y cuenta con la participación de las propias hijas de Santiago Segura, Calma y Sirena (borda el papel), así como de los otros tres niños protagonistas Carlos, Luna y Martina.
Las raíces de la comedia en la antigua Grecia se caracterizaban por escoger a sus personajes entre el vulgo, para someterlos no a un destino fatal, sino a los rigores del azar. La obra de Segura, como haría su citado referente, toma esa misma tipología de personajes: informáticos y pizzeros, una esposa loca por la fiesta y otra mucho más romántica e inteligente, para urdir una historia que, aunque a simple vista se advierte con poca chispa, sí deja un trasfondo de crítica social muy interesante.
Hablamos de un matrimonio sin comunicación, que no se escucha, ni se comprende, ni comparte la supuesta vida que llevan juntos; un sagaz reflejo de nuestra actual sociedad y su desproporcionada pérdida de valores. Es en la influencia de las comedias ligeras españolas de los 60, donde no expresa todo lo que la historia podría ofrecer. Chistes como “la noche me confunde” o playboys untados en crema solar en las playas del caribe que ganan en belleza en función de los mojitos consumidos, dejan mucho que desear.
El actor y director madrileño propone esta comedia familiar para “resetear los roles anticuados y sacar esa imagen de que el padre trabaja y la madre es ama de casa”. Pretende también poner de manifiesto que los padres “deben participar en todo tipo de actividades con los pequeños”. Estas nobles afirmaciones del director quedan patentes durante toda la película; ha logrado su intención de rehacer las ideas de Fernando Palacios y adaptarlas a nuestros tiempos, pero se quedan cortas como sátira. Las pretensiones de la cinta son la risa fácil y el disfrute familiar; una intención muy honrada.
El guión de Padre no hay más que uno
El guion del propio Santiago Segura y de Marta González de Vega es la clásica y simple historia que aspira a ser la comedia del verano. Su narrativa es pobre en cuanto a matices, con una estructura en tres actos clásica y que peca de previsible y obvia, aunque con un interesante clímax que nos regala la parte más fresca y afectuosa en el también clásico y entrañable final feliz. Si los chistes son predecibles y manidos, Segura demuestra su capacidad como realizador en la dirección de los cinco niños que interpretan a los hijos del matrimonio. Los gags y chistes de los niños suenan más frescos y reflejan cierto naturalismo interesante, con preguntas como “¿Qué son las pajas?“ o “Papá, ¿somos del Opus?”, pero, como crítica a Padre no hay más que uno, sigue siendo un humor bastante burdo que saca una sonrisa más por la ternura de los jóvenes actores, que por su aptitud narrativa.
En este marasmo de estereotipos no falta tampoco la clásica tonadillera, que más que crear estilo, bien recuerda a infames largometrajes como “¡Ay, Carmela!” y me recuerda esa parte del cine español que no es capaz de dejar de mirarse el ombligo. Los tiempos cambian y el lenguaje cinematográfico debe cambiar con ellos. A pesar de incluir youtuberos, concursos de canto para niños o redes sociales, la historia de Padre no hay más que uno rezuma lugares comunes y la tradición más casposa de nuestro país.
Opinión final de Padre no hay más que uno
En lo positivo de la crítica de Padre no hay más que uno, y como contrapartida a sus carencias, la dirección me hace pensar que la rapidez mental y la habilidad cinematográfica de Santiago Segura, salvaría con eficiencia una comedia mucho más compleja y alejada de fórmulas comerciales veraniegas. Su valor como director estriba en la sensibilidad de un mensaje más humano, más empático y esperanzado, que también es necesario en nuestros tiempos. Sus mejores aliados son una fotografía sobria y elegante que realza cada gag y ofrece una empática complicidad con el espectador y la propia interpretación del personaje principal. Con Torrente utilizó la sátira y con sus dos últimos largometrajes ha sabido poner de manifiesto esos aspectos de la vida en los que nos deberíamos parar a pensar mucho más a menudo.