Matar a Dios es una comedia de humor negro y mala leche con un puñado de protagonistas, pintorescos y eternos condenados a secundarios por sus características, que hacen brillar los diálogos con cada una de sus reacciones.
Crítica de la película “Matar a Dios”
Después de una gran temporada de mediocridad en el panorama cinematográfico español -y no hablemos ya en el género de la comedia pueden leerse los comentarios de Yucatán si no han tenido la mala suerte de ver la película para escuchar la opinión del soberano-, llega Matar a Dios, una película con un par… -de directores, se entiende- y dos pares de cojones. Los propietarios de las gónadas -y también del guión- son los catalanes Caye Casas (ilustrador) y Albert Pintó (profesor de la cantera cinematográfica que la ESCAC) quienes han tenido los bemoles de sacar adelante una película de bajo presupuesto, alto nivel técnico y retratar a Dios como un mendigo tarado, o no, y metiendo serios toques de serie B.
La película en sí ya trajo la alegría al equipo cuando al ser presentada en el prestigioso festival de cine fantástico de Sitges 2017 se llevó el galardón del público. Festival en el que además estrenaron a su vez el corto RIP, también protagonizado por la actriz Itziar Castro, con el que se llevaron el galardón, por parte del jurado, como mejor corto. Un estreno simultáneo, el de un corto y una película realizado por el mismo director y productora, “que era la primera vez que pasaba en cincuenta años”, como nos comentó Itziar Castro en la entrevista de Matar a Dios.
El título de la película, Matar a Dios no deja mucho lugar a la imaginación, siendo este un envite que aceptará el espectador con indiferencia hasta que la audacia de los planos, y la inmediata presentación del que dice ser Dios (Emilio Gavira), le hará apostar por el órdago deseando con todas sus fuerzas comerse la indiferencia. Dicho y hecho. Pues en los minutos posteriores, se presenta el inquietante escenario donde Carlos (Eduardo Antuña), mantiene un discurso hacia su esposaAna lleno de mala hostia, mala idea y, como contrapunto, mucha chispa. Un indeseable personaje que conquistará hasta el más ateo.Como contrapunto, Ana (Itiziar Casatro), que aguanta contenidamente el chaparrón, acumulando gota tras gota la intención de sus palabras para seguramente tomar la revancha en algún punto futuro de la cinta.
El padre de Carlos (Boris Ruiz) hará aparición junto a su hijo y hermano de Carlos,Santi (David Pareja), justo a tiempo para sentarse a la mesa para celebrar entre los cuatro el fin de año. Los diálogos se suceden durante la cena. Aquí nadie vale más por lo que calla, nada de subtexto a excepción de las pullas que se meten dobladas. Casi todo lo que tienen que decir de unos y de otros sale como en el más sincero de los cuchillos. Las tensión aumenta sin cesar hasta la inquietante aparición de un andrajoso Dios. Ahora sí se armó el Belén.
Ana, Boris, David, Eduardo y Emilio, son los eternos secundarios del cine español. Personas que por sus características son llamadas para rellenar un hueco interpretativo donde el guión fuerza su aparición. “Gorda”, “Enano”, “Viejo”, “Calvo”, “Cara con personalidad”… Actores requeridos por su físico más que por su interpretación. Es de agradecer que directores Caye Casas y Albert Pintó, se lancen a las tablas del circo junto a estos gladiadores, como hacía Buñuel, como hizo Javier Fesser en “El milagro de P. Tinto” pero también en parte con Campeones,demostrando una vez más algo que parece evidente en otras naciones pero no en España. La interpretación no va de la mano de las características físicas. Hasta los mismísimos estamos los críticos de ver una y otra vez las mismas caras haciendo personajes protagónicos.
Conclusión “Matar a Dios”
Cuantas más operas primas sin ayuda salgan a la luz, mejor cine podremos disfrutar en le futuro. Matar a Dios, dentro de su género friki, se suma a la lista de ases del cine con mayúsculas y entra en la sala a charlar con Dhogs,pues es un ejemplo de trabajo y buen hacer. Una película que cumple con lo que promete aportando un plus de humor y entretenimiento que va más allá de la risa fácil. Pues, partiendo de la mala leche, del dolor, y de la cotidianidad de unos personajes tan costumbristas, se desarrolla un thriller con un trasfondo que calará hasta en el más imperturbable de los espectadores. Y todo en tono de comedia.