La tercera parte de la saga “Has Fallen” mejora sensiblemente a sus predecesoras a pesar de continuar la tradición de un guion muy pasado de rosca y poco creíble, que por otro lado adquiere un tono más crítico y emocionante de lo esperado. En nuestra opinión de Objetivo: Wahington D.C, lo más interesante es deleitarse con un Nick Nolte y un Morgan Freeman que ponen la palabra cine en su lugar a pesar de todo lo que les rodea.
Sinopsis
El presidente de los Estados Unidos, Allan Trumbull (Morgan Freeman) queda en coma tras un intento de asesinato realizado con drones de guerra. Su amigo, confidente y alto cargo del Servicio Secreto (USSS), el agente Mike Banning (Gerard Butler), es acusado falsamente de perpetrarlo. Banning es atrapado y retenido bajo custodia policial, pero logra escapar y se convierte en fugitivo.
El agente Banning comienza una terrible cruzada para lograr encontrar a los verdaderos culpables aliándose con un inesperado personaje. Deberá destapar una gran conspiración, limpiar su nombre, proteger a su familia y salvar, sin el apoyo del FBI, al gobierno de su país y a su presidente.
Opinión de Objetivo: Washington D.C.
El director Ric Roman Waugh (“Shot Caller”, 2017) es el encargado de dirigir “Objetivo: Washington D.C.”, la tercera entrega de la saga iniciada con “Objetivo: La Casa Blanca” y continuada con “Objetivo: Londres”. Este nuevo thriller mejora a las anteriores con un suspense bien trabajado y la inconmensurable habilidad interpretativa de los maestros Freeman y Nolte.
La crítica de Objetivo: Washington D.C. es que casi todo es excesivo y está lejos de parecer creíble; hablamos de otra película más en un género ya sobreexplotado en nuestros tiempos. A pesar de ciertos momentos de inspiración, la narración pretende una vuelta de tuerca carente de credibilidad, pero esconde también una agradable sensación de crítica a las irracionales políticas de Donald Trump. Este tipo de cine al que nos tienen acostumbrados las productoras estadounidenses suele caer en la propaganda y en la difusión de sus modos de vida y del clásico “sueño americano”. Es agradable, dadas las circunstancias, observar en el cine mainstream americano un poso de crítica a sus políticas actuales.
A pesar de esta buena noticia, todo en esta cinta es fórmula cinematográfica, puro cliché. Si en la época de la Gran Depresión, a principios de los 30, funcionaba como un tiro el cine negro, con sus James Cagney y compañía y desde 1903 había funcionado el wéstern con Edwin S. Porter como fundador, ahora vivimos la era de la acción tecnológica.
La propaganda política en la película
Esta saga está empeñada en convertir los miedos geopolíticos globales de la sociedad americana en vacuas operetas bélicas, convirtiendo el terrorismo en una parodia y el gobierno estadounidense en superhéroes al estilo Marvel. Si en “Objetivo: La Casa Blanca”, se reflejaban antiguas reminiscencias de la Guerra Fría, en esta ocasión hablamos de una conspiración por adquirir la presidencia del país de las barras y las estrellas. El personaje de Butler, protagonista de las tres películas, se convierte en este caso en otra parodia del mítico Richard Kimble, interpretado con maestría por Harrison Ford en “El fugitivo” (Davis Andrews, 1993). Lo que no evita que el actor realice un trabajo convincente y me siga recordando (salvando las distancias) al gran Russell Crowe. El punto fuerte del cine de acción tradicionalmente ha sido el trabajo con los efectos especiales, pero en esta ocasión, otra crítica a Objetivo: Washington D.C., el CGI tampoco está a la altura que debería y deja un poso de imperfección propio del cine de los años ochenta.
Nick Nolte, la gran sorpresa de Objetivo: Washington D.C
El sinsentido palomitero de terrorismo apocalíptico se pasea por cada escena hasta la conmovedora y extraordinaria aparición de Nick Nolte, que respirando los 46 años que lleva en el mundo del cine, supone, junto a Morgan Freeman, una deleitable sorpresa. Nolte recuerda a sus mejores trabajos, en películas como “El cabo del miedo” (Scorsese Martin, (1991) o “El buen ladrón” (Jordan Neill, 2002), inyectando veracidad a su personaje, bajo esa inexpugnable barba blanca. Sus inacabables registros me han conmovido y sobrecogido; su interpretación exuda algo que se echa mucho de menos, la autenticidad. Parece sacada de un clásico de los 50 o los 60 de Stanley Kubrick. Si habláramos de Star Wars, Nolte tendría el romanticismo y la rebeldía de Han Solo y su contrapartida sería el ya mítico Morgan Freeman, que no se queda a la zaga y representa el arquetipo de lo que debería ser un presidente de Estados Unidos. En su duelo de Caballeros Jedi de la interpretación, su voz, su mirada, su veracidad y el buen texto propuesto por el guion, me ha evocado a uno de mis personajes favoritos, el Eddie Scrap de “Million Dollar Baby” (Eastwood Clint, 2004).
En nuestra crítica de Objetivo: Washington, sin ellos, tendríamos una película del montón, con sus escenas sorprendentes de acción, con su estilo publicitario perfeccionista y espléndido, donde cada detalle cuenta, y en el que el cine se parece cada vez más a los videojuegos. Pero Nolte y Freeman brindan las esencias a esta película y transforman un spot publicitario, en eso que llaman el séptimo arte.