‘Buscando a Dory’ llega a los cines gracias a la petición popular de convertirla en protagonista de su propia aventura. Una historia entrañable, con riesgos y obstáculos, pero también repleta de diversión y nuevos amigos.
Crítica de ‘Buscando a Dory’
Si hay en la historia del cine de animación un personaje secundario que sin duda nació con una clara vocación de protagonista esa era Dory (para mí estaría en el top de personajes Pixar junto a Buzz Lightyear y Mike Wazowski). El pez cirujano de color azul más carismático y olvidadizo de la película ‘Buscando a Nemo‘ (2003) -por cierto, el mejor estreno de la historia del mundo de la animación con 815,7 millones de euros recaudados- pedía a gritos un secuela donde ella fuera la prota absoluta y ahora, trece años después y gracias al cariño que le procesa el público, ha llegado su gran momento con Buscando a Dory. Una película redonda donde se mezclan sabiamente aventuras, diversión y, cómo no, algún que otro momento clínex (en el pase de prensa pude escuchar algún que otro sollozo, lo prometo).
La película Buscando a Dory arranca cuando ya ha pasado un año desde que Dory ayudara a Marlin en la búsqueda desesperada de Nemo, su pequeño hijo con un aleta más pequeña de lo normal, que sin saber muy bien cómo había terminado en la pecera de la consulta de P. Sherman, calle Walabi 42, Sidney (recuerdas la dirección ¿verdad?). Ahora, ya asentados en la anémona de mar donde viven, la dicharachera y siempre positiva Dory reparará en que ella también puede tener una familia que la esté buscando, pero quizá, debido a su problema de pérdida de memoria a corto plazo, no los recuerda. Para reencontrarse con sus padres emprenderá un viaje en búsqueda de sus orígenes, en el que encontrará nuevas aventuras y también nuevos amigos.
Los directores Andrew Stanton, responsable también de ‘Buscando a Nemo’, y Angus MacLane son los culpables de que Buscando a Dory funcione a la perfección (algo que no pasó con la secuela ‘Monstruos University‘, que resultaba bastante floja) sin que encontremos en sus 97 minutos ni un solo momento de bajón en el interés de su trama. Y ojo, que el reto era complicado de afrontar cuando hablamos de que el personaje principal de la película se va a encontrar desubicado cada cinco minutos, ya que su problema de memoria hace que olvide lo inmediatamente anterior que haya ocurrido a modo de reinicio continuo. De esta forma es imposible que podamos observar en Dory una evolución emocional de ningún tipo, nunca recordará nada ni tan poco a nadie. Algo que los guionistas han decidido acertadamente solucionar mediante pequeños recuerdos a modo de flashbacks que Dory comienza a tener de su infancia, cuando era una pececita súper adorable a la que le encantaban las conchas y jugar con sus papas. Dory sufre de un problema severo de amnesia desde bebé y por eso se perdió, no sabiendo regresar y terminando por olvidar hasta a sus propios padres. Algo muy triste, demasiado, un hecho que podría sumir a la película en un halo de oscuridad absoluta, pero no, gracias a su simpatía, ganas de ayudar a los demás y positividad la convierten en un canto a la esperanza, a la superación y una invitación a ver las cosas siempre con una sonrisa.
Destacar también el gran trabajo de guion, y luego cómo no de animación, que han realizado con los personajes secundarios que acompañarán a Dory en esta aventura. Volveremos a ver a viejos conocidos como: Merlin y Nemo, no podía ser de otra manera; Crush y Chiqui, las enrolladas tortugas marinas que ya les echaron una mano en la primera entrega; y el Maestro Raya, siempre educando a los más pequeños del océano. Pero atención también a los nuevos fichajes: Hank (mi preferido, sin duda, capaz de robarle protagonismo a la mismísima Dory), un pulpo gruñón, capaz de camuflarse continuamente y al que le falta un tentáculo; Becky, un pájaro un tanto peculiar, raruno y alocado, pero majetón después de todo; Destiny, una tiburón ballena con problemas de visión y amiga de “cañerías” de la infancia de Dory -¿adivina con quién aprendió a hablar balleno?-; Bailey, una ballena beluga que cree haber perdido su capacidad de ecolocalización; Fluke y Rudder, una pareja de lo más peculiar de leones marinos.
Otro acierto de la cinta, este ya mérito de Disney Spain, es contar con sus dobladores originales, aquellos que nos cautivaron en ‘Buscando a Nemo’. ¿Sería lo mismo Dory sin la voz de Anabel Alonso? Evidentemente no. Otra elección en este aspecto habría sido un completo error, ya que gran parte del mérito del enamoramiento sufrido por el público con respecto al personaje de Dory es, sin duda, el magistral doblaje que realizó la actriz, dotando a la olvidadiza pececilla de un carisma y simpatía muy especiales. Junto a ella también vuelven a prestar su voz Javier Gurruchaga, Maestro Raya, y José Luis Gil, Marlin.
La película no cuenta con el factor sorpresa a su favor -ya venimos con las expectaivas muy altas de ‘Buscando a Nemo’- y tampoco consigue emocionar tanto como su predecesora -más dura y tierna que la que nos ocupa- debido seguramente al que su personaje principal es una cachonda nata. A pesar de todo esto, la cinta logrará arrancar más de una carcajada y lágrima en el público de la sala. Entretenida, treméndamente divertida y con una aspiral de aventuras interminable, que además pondrá punto y final mediante una grandiosa escena que supone todo un alarde de saber cómo terminar por todo lo alto una historia. Además encontraremos un claro mensaje de protección a la fauna marina con la aparición de un nuevo escenario: el prestigioso Instituto de Vida Marina de California, un centro de rehabilitación y acuario, cuyo lema es “rescatar, rehabilitar y soltar”. Por todo ello, y muchas más cosas que tendréis que descubrir en el cine, Buscando a Dory resulta un gran spin-off.