La película ‘A fondo’, disfrazada de comedia absurda, se convierte en un despropósito que, en vez de provocar la risa al espectador, se burla de él a través de diálogos insustanciales, tópicos trillados y gags metidos con calzador.
Crítica A FONDO
Cuando se habla de cine francés vienen a la cabeza los grandes maestros del séptimo arte galo: Truffaut, Godard, Resnais o contemporáneos como Ozon o Jeunet. Casualmente, la mayoría de ellos se han movido dentro del amplio espectro del drama, construyendo historias intimistas, personajes complejos y, dicho sea de paso, creando nuevos lenguajes cinematográficos. Desde una perspectiva general nos encontramos en el cine francés con narraciones intrínsecas, alejadas de los componentes del cine comercial y exenta de banalidades. Y si no que le pregunten a Cannes, el festival internacional del cine de autor por antonomasia.
A fondo, en cambio, intenta ser todo lo contrario, una comedia ligera sin pretensiones más allá del mero entretenimiento. De hecho, nuestro país vecino ya lleva algunos años apostando por las comedias e incluso tienen bastante éxito dentro de sus fronteras.
El argumento de la película, como toda comedia ligera, es sencillo: una familia sale de vacaciones y el coche, que tiene control de velocidad, se queda atascado en 130 km/hora en plena autovía quedando atrapados dentro del vehículo sin posibilidad de frenar ni detenerse.
Ya desde el principio chirría muchísimo la frivolidad con la que se trata el tema. Y no solo eso, sino que también lo hace el orden de prioridades de los ocupantes: mientras que se toman con una calma pasmosa su posible muerte inminente, cunde el pánico cuando entra una avispa en el coche dando lugar a una secuencia de relleno.
Por otro lado, la familia, aparte de comportarse de una forma predecible y poco justificada, son unos Frankensteins construidos a base de clichés y tópicos: los hijos pequeños, la sabelotodo y el ingenuo; la esposa, una psiquiatra embarazada y celosa de la secretaria de su marido; el padre de él, un liante alcohólico y una mala influencia para su hijo; y el cabeza de familia, un cirujano acaudalado y obsesionado con su nuevo coche. Una pareja de policías o un gitano francés, otros personajes de la película, no corren mejor suerte.
Con unos personajes tan planos es prácticamente imposible encontrar algún diálogo o situación que no esté forzada. El encuentro con una veinteañera en una gasolinera que acepta viajar en el coche escondida debajo de una chaqueta sin ningún tipo de objeción y sin que ningún pasajero repare en ella es, sencillamente, una tomadura de pelo. Abandoné toda esperanza de verosimilitud en la escena en la que el padre llama por teléfono al hijo y mantienen una conversación mientras el resto de ocupantes no se da cuenta.
Con estos ingredientes la historia queda reducida a una sucesión de secuencias en las que, cuando pasa algo, parece que haya sido un genio de la lámpara el que lo ha provocado para que la historia avance a duras penas. Es cierto que en la intención del director se intuye un coqueteo con el surrealismo moderno, pero no pasa de ser un comodín para ocultar el mal engranaje del guión.
Pero afortunadamente no todo es pésimo, en el lado opuesto se encuentra el buen trabajo de los actores y sería injusto no subrayarlo. Hay momentos incluso en los que da rabia que no tengan mejor material entre manos para disfrutarlos plenamente. La dirección de arte tampoco se queda atrás, muy acertada al principio de la película, aunque el guión no solucione el por qué de la obsesión por el color rojo del cabeza de familia.
En definitiva, A fondo (2017) es una historia que, con la intención de ser ligera, ha terminado escapándose de las manos, volando al cielo de las películas olvidables y no aportando nada nuevo. Y demuestra, una vez más, que si el cine francés es internacionalmente conocido por su densidad narrativa tiene que ser por algo.