La cartelera se llena de horror, sangre y venganza con motivo del estreno de la cinta israelí “Big Bad Wolves”, ganadora de dos premios en el Festival de Sitges 2013 y admirada por el cineasta Quentin Tarantino. La película será amada y odiada a partes iguales, pero lo innegable es que no dejará indiferente a nadie.
Trailer de ‘Big Bad Wolves’
Sinopsis de ‘Big Bad Wolves’
Un pedófilo anda suelto. El principal sospechoso se llama Dror (Rotem Keinan), un profesor de religión. Miki, (Lior Ashkenazi), un policía que actúa al margen de la ley, fuerza a Dror mediante una fuerte paliza a que haga una confesión. Debido a un error policial, el presunto pedófilo queda libre y Miki pierde su trabajo. Miki decide entonces hacerle confesar por su cuenta, pero se entromete en su camino Gidi (Tzahi Grad), el padre de la última niña asesinada. Gidi está sediento de venganza y secuestrará al profesor para torturarlo hasta hacerle confesar en qué lugar ha enterrado la cabeza de su hija…
Crítica de ‘Big Bad Wolves’
Un inocente juego del escondite da comienzo a un estremecedor relato. Unos niños juegan en un bosque, utilizando un edificio abandonado. Una amenazadora silueta entra en escena y una niña desaparece sin dejar rastro, tan sólo un zapato rojo. Todo ello protagoniza una brillante secuencia de títulos de crédito, cuya impecable factura avecina una experiencia irrepetible. La expectativa del comienzo no defrauda, ya que desde el primer minuto entramos sin pestañear en el amoral universo planteado por los cineastas israelíes Aharon Keshales y Navot Papushado, una macabra y peculiar versión del cuento infantil de Caperucita Roja.
El principal reclamo que llama la atención en esta obra cinematográfica proveniente de Israel, que sirve a modo de publicidad de lujo, es la afirmación del cineasta Quentin Tarantino según la cual estamos ante la mejor película de 2013. Dicha afirmación tal vez resulte exagerada, aunque para gustos los colores, pero no sorprende en absoluto que este film haya captado la atención del cineasta americano, ya que muchos de sus elementos recuerdan a su cine. Sin peligro de desvelar secretos de la trama, diremos que las escenas acaecidas en el horripilante sótano de los horrores donde se desarrolla gran parte de la acción, evocan momentos tanto de Reservoir Dogs (con su famosa escena del “desorejamiento” al policía), como de Hostel(2005) (film dirigido por Eli Roth pero con el visto de bueno de Tarantino en la producción). También el uso del humor negro que suaviza el ambiente recuerda “el estilo Tarantino”, así como los chistes raciales entre judíos y árabes.
Pese a que no hay duda de que el homenaje está presente, hay que decir que Tarantino jamás ha firmado una historia tan brutalmente desalmada como Big Bad Wolves. La película es una fábula moral sobre las consecuencias de tomarse la justicia por la propia mano, y sobre lo que es capaz de hacer el ser humano por venganza y remordimiento. Keshales y Papushado abren un debate ético de gran calado entre los espectadores, y pese a la ambigüedad moral inicial, la moraleja queda patente en su concluyente final. Brillante al respecto la manera en la que está construido el personaje del presunto asesino y violador de niñas, que es condenado a la tortura más cruel sin pruebas fehacientes de que realmente él sea el pedófilo. Sólo al final se desvelará el secreto. Hasta entonces, la cinta constituye un magistral juego de engaños hacia el espectador, deudor del mismísimo Hitchcock.
Big Bad Wolves funciona a la perfección como retorcido thriller psicológico que gustará o no, pero no dejará indiferente a nadie. Advertimos que no es una película fácil de ver por su brutal violencia explícita, pero la experiencia merece la pena. Lo brillante de su planteamiento va acompañado de una impecable y sorprendente factura formal, una sobresaliente dirección de actores como hacía tiempo que un servidor no experimentaba en una sala de cine, un guión más que notable donde todas las piezas encajan, un ritmo trepidante, una atmósfera envolvente y una vibrante banda sonora que llena de tensión el relato. Pese a su crudeza, Aharon Keshales y Navot Papushado consiguen lo imposible: que no podamos apartar la vista del espectáculo. El espectador, como si estuviera atrapado en un sillón similar al del presunto pedófilo, asistirá resignado a una experiencia desagradable y que dejará con mal cuerpo a más de uno. Pero todo eso no supone impedimento para admitir que Big Bad Wolves es uno de los más brillantes ejercicios de estilo de los últimos años.