“300” (Zack Sneyder, 2006) fue una de esas películas que marcan época. Resucitó un género que languidecía, redefinió el estilo visual del género de acción y dejó frases que lo mismo valen para un teaser que para que las twitee Arbeloa. Un aplastante triunfo pop. Ocho años más tarde llega su secuela, con la ambición de igualar a su antecesora y, acaso, superarla. ¿Lo habrá conseguido?
Sinopsis de “300. El origen de un imperio”
Guerras médicas (500-479 a.C) Mientras 300 aguerridos Espartanos defienden las Termópilas del asedio del persa Xerxes (Rodrigo Santoro), el valiente general griego Temistocles (Sullivan Stapleton) lucha por la unidad de Grecia contra un ejercito persa que lo supera en medios, y que para más inri está liderado por Artemisa (Eva Green), bella, despiadada y con sed de venganza. Honor, lealtad, despecho… Fuck the bloody Persians!!!!!!!!
Crítica de “300. El origen de un imperio”
Recuerdo que, allá por el 2005, compartía con un buen amigo mis dudas acerca de que el comic “300” (Frank Miller) pudiera ser trasladado con éxito a la gran pantalla: La historia que allí se contaba era muy breve y concreta y la imaginería visual, demasiado particular y violenta. Me equivoqué como siempre. “300” la película, supo hacer de la concreción narrativa una virtud y visualmente no sólo se equiparó al original, sino que se convirtió en un referente visual de cine, videojuegos y publicidad.
“300: El origen de un imperio”, me presentaba dudas similares: ¿Cómo hacer una secuela de una historia tan pequeña y cerrada? ¿Cómo siquiera igualar la sensación en el espectador de innovación visual, ocho años y cientos de sucedáneos después?
Las dudas se acrecentaban al saber que el gurú Frank Miller aún no ha terminado el comic continuación de “300” y que Zack Snyder ya no dirige, puesto que prefirió rodar “El hombre de acero”, desconozco si por megalomanía o por labor social (Ya se sabe que el insomnio es una enfermedad que afecta a gran parte de la población).
Visualmente, ninguna de las dos cosas se nota al ver “300. El origen de un imperio”. El poderío visual sigue siendo esteticista, fantasioso y, al menos para mí, apabullante. Aunque lógicamente se pierde el efecto sorpresa del primer film, sí que se agradece la intención de transitar lugares no visitados, como las batallas navales. ¡Ah! Y les daré la mejor noticia que se le puede dar a un espectador de nuestra época: Gástese los once euros tranquilo, el 3D de la película no hará que le duelan los ojos. De nada.
Argumentalmente, la primera noticia al ver “300. El origen de un imperio” es buenísima. La acción de la película transcurre en paralelo a la del primer film. Este argumento “centrífugo” me resulta muy muy acertado. Por un lado, amplia un universo que está demostrado que funciona. Por otro, establece un interesante juego con el espectador, que conoce el devenir de parte de los hechos. Correctísimo…
…y arriesgadísimo. Porque en la misma virtud está la trampa de “300. El Orígen del Imperio”. Exponerse tan directamente a su antecesora hace que en muchas ocasiones se resienta.
“300. El Orígen del Imperio” pretende ser argumentalmente más ambiciosa que “300”, pero resulta más opulenta que profunda. Los personajes hablan y hablan de conceptos manidos, sueltan discursos pacifistas e incluso Temistocles se aplasta un par de speeches pueriles acerca de la unión de los pueblos pese a sus diferencias culturales. El Rubalcaba con toblerones, venga hombre…
Estos discursitos molestarán o no, pero el problema es que acaban dibujando personajes muy parlanchines, pero sin demasiado volumen. Vale que los actores no acompañan mucho. (Por mucho que se esfuerce, el australiano Sullivan Stapleton no es el australiano Russel Crowe), pero “300. El Orígen del Imperio” se viene arriba, precisamente, cuando recurre narrativamente a su antecesora. Leonidas, Efialtes o Gorgo son más limitados y no hablan tanto, pero representan mejor la virtud, el coraje y la traición. Y las películas no las mueven los diálogos, sino las pasiones humanas, y ahí sí que “300. El Orígen del Imperio” está un par de peldaños por debajo de su antecesora.