Rick Fumuyiga escribe y dirige la película “Dope”, una comedia terriblemente ágil y divertida ligeramente acomplejada con notas de melodrama discursivo.
No caeré en el tópico de decir que tengo muchos amigos negros, pero de tanto ver películas de Spike Lee y compañía uno cree haberse hecho una idea aproximada de la casuística de la comunidad afroamericana de Estados Unidos. “Dope” parece seguir por la senda del director neoyorquino, dando un aire desenfadado a un ambiente difícil y oprimido, pero da un paso más allá componiendo una alocada y divertidísima comedia plagada de referentes postmodernos con la siempre resultona fórmula de cuadrilla de colegas metiéndose en camisas de once varas.
Sinopsis de la película “Dope” (2013)
Malcolm (Shameik Moore) vive en un gueto negro de Los Angeles con tres obsesiones: El hip hop de los 90, entrar en una universidad de prestigio y perder la virginidad. Las dos primeras las satisface con creces junto a sus inseparables amigos Diggy (Kiersey Clemons) y Jib (Tony Revolori). La tercera, sin embargo, es más complicada, y le arrastrará a una espiral de tráfico cibernético de drogas, encuentros con extravagantes delincuentes y frenéticas carreras en bicicleta por todo el estado de California.
Crítica de la película “Dope” (2013)
Empezaré con un spoiler intranscendente. En el primer tercio de Dope se cuenta la historia de un compañero de instituto del protagonista, que muere víctima de una bala perdida en un tiroteo mientras esperaba a recoger su hamburguesa. Se ilustra con una Game Boy manchada de sangre, y la voz en off apunta que lo peor de la situación es que estaba a punto de pasarse la pantalla más difícil del juego.
Esta historia paralela, de ningún peso en la trama principal, ilustra perfectamente lo que es “Dope”… y lo que debería haber llegado a ser. En primer lugar, nos sitúa en el ambiente de la película: Una ecosistema con la organización del salvaje oeste, pero vestido de Nike en la época de Instagram. En segundo lugar, nos demuestra que detrás de “Dope” hay un director y guionista astuto y con el pulso muy firme. Basta con esa secuencia en la hamburguesería para darse cuenta de que Rick Famuyiga controla la narración ágil y fragmentada, y, lo que es más importante, sabe acotar el desbarrado universo de la película.
Porque en “Dope” hay delincuencia, fracaso escolar, tensión racial e incluso muertes violentas, pero Famuyiga huye de cualquier atisbo de drama social para componer una alocada historia adolescente al estilo de las de John Hughes. Y acierta.
Me atrevo a catalogar a “Dope” como el sleeper de 2015. La historia de tres mataos metiéndose en líos cada vez más grandes funciona siempre, pero en este caso funciona más.
La película es terriblemente ágil y divertida, porque Famuyiga compone una frenética aventura en la senda de Boyle o incluso (ojo) Tarantino, domando (casi siempre) con maestría un material que tiende al desborde y el esperpento. Pero es que además, el contexto hipster afroamericano otorga un trasfondo muy interesante. La comedia que irradia “Dope” lanza una proclama racial sin pancartas, una sana y firme reflexión acerca de la Comunidad negra americana del 2015, con guetos físicos pero no mentales. Particular, pero no excluyente.
El problema es que Rick Famuyiga no se fía.
Al igual que su protagonista, que se debate entre las risotadas con su cuadrilla y la solemnidad de Harvard, la película parece acomplejarse por ser una aventura con subtexto y se permite dar notas de melodrama discursivo. Tal vez sea por cobardía, o por lanzar a Dope a una eventual carrera por premios, pero al conjunto le sienta como una visita de Ana Rosa Quintana al cumpleaños de Quentin Tarantino: Un jarro de agua fría incómodo, innecesario…
…y contradictorio, porque deja la lectura de que Dope es una película acomplejada sobre gente sin complejos. Un grito libre a la particularidad afroamericana que demuestra que, tal vez, sea una comunidad con una cinematografía todavía demasiado dependiente y con mucho camino por madurar hasta encontrar una voz propia.
“Dope” en ese sentido, es un paso firme y grande. Tal vez el más grande que se ha dado en años. Y sin Oprah.