Los odiosos ocho es una película que cuenta con la genialidad de la desmedida y el ingenio de la prudencia. Tensión continua descansando entre cuatro paredes. Tarantino vuelve a firmar una pieza única hecha como siempre.
Crítica de ‘Los odiosos ocho’ de Tarantino
Los odiosos ocho… mierda, vuelve Quentin Tarantino a divagar con discursos cargados de doble sentido donde los personajes vomitan palabras mundanas intercaladas con tacos. Pues no. O no al menos como cabría esperar tras el visionado de sus últimas películas Malditos Bastardos (2009) y su también western Django Desencadenado (2012). Por supuesto, Tarantino no ha dejado pasar la ocasión de tener mala leche a través de sus personajes (como no, Samuel L. Jackson tiene un monólogo de esos cargados de regocijo y veneno), pero, en este caso, la intención general de la película es mucho más explícita y directa: encontrar los motivos y las trampas de este simpático “cluedo” ambientado en el salvaje oeste americano. Sí. Esta nueva película del “Knoxvillano” de Tennessee podría pasar a la historia gracias a su ingenio, su imaginación, y su fantástica capacidad de atracción y disfrute de sus casi tres horas de metraje.
Un metraje impreso en 70mm para su versión de planos extremadamente amplios hacia los lados, de esos de amplio horizonte, vamos, y otra de 35mm, el formato más convencional del cine. El que quiera (y pueda permitirse un viaje a EEUU) podría disfrutarla en esta espectacular versión, ya que aquí se verá como siempre. Menos mal que la música del indispensable Ennio Morricone logrará transportarnos en apenas unos instantes en otra época, en otro lugar, en otra dimensión, en una historia que promete ser intrigante, apasionante y otros tantos adjetivos grandilocuentes relacionados con la diversión o el asombro. Sí, sé que ya fue premiado en los globos de oro y tal, pero lo mismo hubiera escrito esto sobre la música. Lo juro.
El estilo del director y guionista impregna la cinta pero el western impregna la sala de cine. Esto último hace de Los odiosos ocho un rehomenaje al género de “vaqueros”. Lo que al bueno de J.J. Abrahams le supone crítica hasta del original director de Star Wars, George Lucas, (rehacer un género extinto con los medios actuales), al afamado y reconocido Tarantino le supondrá la gloria (sólo hay que ver su Django desencadenado) y el alzamiento (sí, más), de la crítica en general y de los premios en particular. Seamos claros, al igual que es imposible deshacer la fachada del madrileño Edificio España y reconstruirla en 2016, es totalmente imposible crear una original película con el mismo acabado que hace medio siglo. Ambas obras fueron diseñadas, construidas y ejecutadas con la tecnología y el personal humano de su época. Quitando las lentes, que fueron usadas por última vez allá por el año 1965 y al compositor Ennio Morricone que estuvo allí, todo lo que se hace ahora es impepinablemente nuevo. En el caso del edificio se puede emular el hormigón, y en el caso de la película filmar con ciertos con las super lentes anamórficas de 65mm, pero la confección, elaboración y ejecución de ambos dos será producto del resultado actual. No me meteré en divagaciones filosóficas pero tanto JJ Abrams como Tarantino, tienen la genialidad, lo que pasa es que el pobre de Abrams tiene que contentar a tantos fanáticos y productores…
Y genial es la historia que nos encontramos en Los odiosos ocho. Puro western. Una ruda mujer, Daisy Domergue, (Jennifer Jason Leigh) esposada a un caza recompensas, John Ruth (Kurt Russell), son abordados por un exoficial confederado negro, El mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson) que ocupa el camino por la que pasa su diligencia. Una tormenta de nieve y hielo les pisa los talones. La mujer debe ser entregada en un pueblo no muy lejano para que sea ahorcada y, no muy lejos de allí, se presenta el supuesto sherif del pueblo, el ex forajido Chris Mannix (Walton Goggins). No queda otra que ponerse a salvo en la mercería de Minnie (Dana Gourrier). Pero otra caravana a buscado cobijo en el mismo lugar ha dejado a resguardo a personajes tales como Bob (Demián Bichir), un mexicano que atiende la mercería; Oswaldo Mobray (Tim Roth), un pintoresco británco; Joe Gage (Michael Madsen), un enigmático y mal encarado viajero; y Sandy Smithers (Bruce Dern), un viejo con mantilla y uniforme General confederado.
Demasiada gente, piensa el veterano cazarrecompensas… y es verdad.
Verdad es que, como ya he dicho, los personajes comienzan un juego de inteligencia propio de los relatos de Agatha Christie con la diferencia de que aquí son todos potenciales asesinos. Lo raro es que en esa “mercería” se encontrara alguien inocente. La tensión va en aumento desde el punto álgido en el que comienza la cinta, que no es otro si no el primer plano, cuando vemos un Cristo crucificado tallado en un gran madero soportando una imponente ventisca mientras tras él se acerca una diligencia. La música de Ennio apunta que nada bueno va a pasar de ahí en adelante (no para los personajes, sí para el público, claro).
Puede que algún aspirante a actor de teatro se frote las manos pensando que esta película podría adaptarse al teatro, pues la mayor parte del tiempo todo se desarrolla en la concurrida mercería de la tía Minnie, pero lamentablemente para él, un teatro dista mucho de igualar, salvo en el guión, la fuerza y energía que transmite el director con cada uno de sus planos. Eso y, por supuesto, la calidad interpretativa de los actores. No entraré en discusiones sobre si no hay actores no hay obra, pues eso es una obviedad como una casa, pero lo que sí diré es que sin un buen director, no hay una película de estas características. Bueno, sí, la habría, pero gracias a sus casi tres horas de duración (167 minutos) sería infumable.
Mucho texto requiere de dinamismo y eso se puede conseguir de muchas formas. Tarantino lo logra con distintos planos de los personajes y creando tensión con los encuadres. También echa mano de la genialidad de sus intérpretes para meter en boca sus palabras y regalarlos de personajes tan estereotipados como divertidos de trabajar. Y dicho sea de paso, este director tiene mucho en común con nuestro patrio Almodóvar, a los dos les encanta las pollas. Lo que les diferencia es la intención del uso que hacen de ellas. No digo más que todo se malinterpreta.
Tarantino no es santo de mi devoción aunque, como suele ocurrir con este tipo de directores, siempre me llama al cine. Esta vez extiendo su llamada hacia vosotros lectores para que hagáis lo mismo si os place con el aviso de que esta, no es una película de vaqueros convencional. Sin embargo es capaz de atrapar al espectador exigente, más incluso que el fanático, que se verá atraído por todas y cada una de las licencias que se toma el autor. Todo vale con Quentin y eso es lo que mola.