Con un año de retraso, se estrena en las carteleras españolas Una Relación Abierta, film pequeño, interpretado por rostros bastante conocidos, con el objetivo de diseccionar las crisis de pareja.
Sinopsis
Dos jóvenes enamorados, a punto de casarse, comienzan a albergar dudas cuando unos amigos les incitan a intimar con otras personas, antes de comprometerse para toda su vida.
Crítica de la película Una relación abierta
Dos parejas de amigos celebran el cumpleaños de uno de ellos cenando en un tranquilo restaurante. Se adentran en la treintena, una edad en la que muchos consideran que ha llegado el momento de apartar la teoría, y comenzar los pasos de una vida en común junto a tu pareja; ese momento también en el que, para algunos, afloran un sinfín de dudas al mismo tiempo que los lazos sentimentales amenazan con convertirse en cadenas. En estas, animado por el alcohol, el mejor de amigo de Will (quien, además, lleva tiempo ensayando declararse formalmente a Anna) reflexiona acerca de todo el tiempo que Will y Anna han compartido juntos, preguntándose (y, lo que es peor, preguntándoles a ellos dos) si han deseado a otras personas en el transcurso de su relación.
Como podemos imaginar, este punto de partida devendrá en múltiples conflictos, sobre todo a raíz de que nuestra pareja protagonista establezca un plan para consentir la experimentación sexual con otras personas, con el naif objetivo de fortalecer su relación justo antes de sellar el compromiso que les debería mantener juntos hasta que la muerte les separe.
Aunque el film plantea directamente la separación entre la intimidad sexual y la sentimental, en realidad no es de lo que va Una Relación Abierta. Su director y guionista, Brian Crano, aprovecha las resonancias problemáticas que acarrean los escarceos sexuales de Anna y Will, todos ellos consentidos (Permission es su título original, mucho más acorde para variar que la traducción elegida en España) para mostrarnos de qué modo tan fulgurante y radical podemos transformarnos en auténticos desconocidos para las personas que, precisamente, más nos deberían conocer. Incluso, reflexión muy bien trasladada en términos de guion, convertirnos en desconocidos para nosotros mismos; caer en la cuenta de que somos incapaces de definirnos fuera de la óptica de una pareja.
Dan Stevens (Will) y Rebecca Hall (Anna), interpretan de forma bastante correcta a nuestra pareja protagonista. Como espectadores, es normal que nos dejemos llevar por la montaña rusa emocional en que acaba transformándose la relación entre ellos; aunque es en la pareja conformada por Heron (Raúl Castillo) y Hale (David Joseph Craig) la que muestra un conflicto mucho más terrenal y cercano (y por lo tanto cinematográficamente menos atractivo) y cuyas tribulaciones Crano aprovecha para subrayar que esto no tiene que ver con el sexo fuera de la pareja: aunque la casuística sea variada (falta de comunicación, el ansia por una paternidad inalcanzable, miedo al cambio, poder manifestar nuestro deseo más inconfesable…), no existe ninguna pareja que se vea libre de afrontar el reto de adentrarse en la cotidianeidad.
También se dejan caer por aquí François Arnaud como el pianista Dane, interpretando al hombre menos creíble como soltero de la historia del cine, así como Jason Sudeikis y Gina Gershon. Decir de estas última que aporta luz en casa secuencia que aparece, bordando esta Lydia tan entregada al disfrute, presta a redecorar su vida en todos los ámbitos; y regalándonos, además, la escena más loca y divertida de toda la película.
En resumen, dramedia de corte woodyalleniana (¿acaso alguna no lo es?) que no pasará a la historia por su trascendencia, pero que aporta cosas interesantes al subgénero “parejil”.