Esta semana se estrena una de las películas europeas que más galardones está recibiendo en la recientemente inaugurada temporada de premios. ‘Toni Erdmann’ navega entre la comedia y el drama invitando al espectador a reflexionar.
Crítica de la película Toni Erdmann
Toni Erdmann es una de esas películas que, arropada por una larga carrera de nominaciones y premios, provoca el deseo de acercarse al cine y contemplar de primera mano esa maravilla con la que toda la prensa especializada está entusiasmada. Quizá, enfrentarse a una película con todo ese bagaje que arrastra, sea contraproducente; más aún cuando las expectativas no se ven cumplidas. Y es que esta cinta alemana, disfrazada de comedia ligera en su tráiler, no es fácil de digerir par el espectador medio.
Maren Ade presenta un guion que pretende hacer reflexionar al espectador sobre la idea de la felicidad. Un concepto que, en boca de su protagonista, es grande y complicado. Y así, difícil de abarcar, el libreto divaga alargando el metraje más allá de las dos horas y media, por diversos temas que giran en torno al concepto de la tesis central. Este hecho provoca que la película se resienta irremediablemente, con un ritmo lento que convierte su segundo acto en un descompasado compendio de secuencias donde el equilibrio entre las apariciones de Toni y la vida de su hija se ve resentido, hasta el punto de llegarnos a olvidar del protagonista. Así, las más que interesantes reflexiones que plantea el relato, quedan diluidas ante la impaciencia del espectador, que puede que espere otra cosa al entrar en la sala.
El humor que riega Toni Erdmann se basa en la genialidad de un intérprete como Peter Simonischek, que crea un personaje a medio camino entre el clown y el cuñado pesado de las reuniones familiares. Con un preciso gag de apertura, sus apariciones van perdiendo fuerza a medida que el metraje avanza por repetición y agotamiento, llegando a un clímax donde Ade decide abrazar el mundo surrealista con una secuencia de desnudos y un extraño ser.
Maren Ade no solo juega con el guion y sus cambios de tono, también se atreve con la puesta en escena y la utilización de recursos como el salto de eje. Su plasmación del mundo de los negocios y la antítesis representada por Erdman, pasa por un uso de la narrativa invisible salvo en ciertos momentos, acercándonos de manera sutil a los personajes casi como “sujetos voyeur”, si no fuera por la decisión de utilizar la cámara en mano en gran parte de las escenas. Más exacto es su trabajo con los intérpretes. Los diálogos del libreto son los justos, y los actores muestran mucho más con su mirada, en una cinta que aboga por el trabajo gestual de sus personajes. A la genialidad del ya nombrado Simonischek hay que sumar la de su compañera Sandra Hüller que se encarga del rol de Ines, la hija de Erdmann. Siendo ella la que carga con los momentos más complicados del film, de los que consigue salir con brillantez en algunos casos.
Toni Erdmann es una película especial que no deja indiferente a nadie. Su humor, su surrealismo y las geniales interpretaciones, pueden perdonar los fallos de un guion desequilibrado y demasiado extenso. Un cine que solo se puede hacer en Europa.