Nuevo estreno veraniego en Netflix; thriller asfixiante que se aúpa a la parrilla del gigante vod con discreción, pero que acumula suficientes virtudes como para erigirse en una de las gratas sorpresas de la temporada.
Critica de la película “Calibre”
Durante un fin de semana en las Highland escosas, dos viejos amigos toman una terrible decisión. Y ahora alguno, quizá los dos, tengan que pagar por ello.
Habrá quien considere Calibre uno de esos films intrascendentes que se aúpan, en ocasiones, a la parrilla de la ingente plataforma de contenidos bajo demanda; uno de esos productos carentes de calado, mucho menos estimulantes que un capítulo alargado de Black Mirror, y que una vez consumidos se olvidan en cuestión de minutos (tómese como ejemplo la reciente Tau, producto también de cantera Netflix y estrenado en fechas muy similares a la obra que aquí nos ocupa).
Pues bien, creo que puedo desplegar mi sonrisita más revanchista y afirmar que Calibre juega en otra división.
Su director y guionista, Matt Palmer, se estrena en el mundo del largo regalándonos un ejercicio repleto de tensión, despojado de periféricos vacíos que sólo sirven para pespuntar tramas irregulares y una construcción narrativa certera. Cada aportación del guion tiene su razón de ser y, a medida que transcurre la historia y vamos siendo partícipes de las tribulaciones de nuestra pareja protagonista, nos sumergimos en una experiencia desasosegante, donde cada giro narrativo no hace sino incrementar la intriga.
La premisa argumental de la película toma como base el arquetipo del culpable involuntario: ante un error fatal impensado, incluso accidental, cualquier decisión que no sea afrontar las responsabilidades que se deriven de dicho acto, por muy dramáticas que estas puedan ser, tan solo contribuirá a engrandecer la gravedad del pecado cometido. Para que esta fórmula funcione, es imprescindible que se produzca empatía hacia los personajes, algo que la película logra gracias a, por un lado, las convincentes interpretaciones de la dupla de actores protagonistas Jack Lowen (Vaughn) y Martin McCann (Marcus), y por el otro lado, al opresivo y, estupendamente retratado, microcosmos del diminuto pueblo escocés donde tiene lugar la trama. Gracias a la interacción de ambos elementos, el estrés y la angustia de Vaughn y Marcus logra traspasar la pantalla y contagiar a los espectadores a medida que transcurre el film (toda la secuencia de la mochila “con sorpresa” resulta asfixiante).
En contrapartida, también hay decisiones que no funcionan todo lo bien que deberían, como por ejemplo el retrato del espacio físico en el que se mueven los personajes del film. Derivado, quizá, del intento de acotar el área de movimiento de Vaugnh y Marcus, con el objetivo así de incrementar la sensación de encierro a la que ambos se ven sometidos, la película no juega bien la baza de la geografía escocesa, provocando la sensación de que los interminables bosques de las Highland apenas conforman una cuadrícula donde todo el mundo transita por los mismos lugares. Esto, unido al desenlace un tanto atropellado y sucinto, son los puntos más irregulares de Calibre.
En resumen, un producto bien hilado, pleno de tensión, al que no le pesa en absoluto la herencia indiscutible y nada velada del Deliverance de Boorman; se erige por méritos propios en uno de los mejores thrillers estrenados a lo largo de este año.