Antonio Hernández es un director de dilatada trayectoria profesional en cine y televisión. Dejando en cine pequeñas perlas como En la ciudad sin límites (2002), Hernandez presenta ahora Matar el Tiempo, un thriller que reflexiona sobre el presente y el futuro del individuo en la sociedad moderna.
Sinopsis: Matar el tiempo
Robert H Walton (Ben Temple), americano, se encuentra en España por motivos laborales. A miles de kilómetros de su familia Robert se siente atrapado entre un pasado que no ha logrado superar y un presente que le atrapa y en el que nada parece ir lo suficientemente bien. Buscando algo distinto, una noche conoce en una página de sex cams a Sara (Esther Méndez). Juntos inician una serie de encuentros que se truncan cuando, a través de la cámara web, Robert es testigo de cómo dos hombres golpean y amenazan a Sara. Aunque apaga el ordenador e intenta recordar que sólo está en el país por un viaje de negocios, Robert no puede olvidar la escena de la que acaba de ser testigo.
Crítica: Matar el tiempo
A pesar de que Matar el tiempo se presenta como una reflexión sobre el mundo actual y, en concreto, sobre el tipo de sociedad que las nuevas tecnologías y su conexión permanente y virtual con la realidad han generado como consecuencia (en la que predomina la incomunicación, la soledad, la indiferencia…), la película se revela en realidad como una reflexión general acerca del ritmo y el precio de la vida moderna, esa que iguala el progreso al beneficio económico y que sacrifica por el camino cualquier concesión a lo personal (relaciones, compromiso… humanidad), llamando la atención sobre la necesidad (o inevitabilidad) de un momento en el que la vida exige la toma de una decisión que desajuste la balanza de la rutina y la comodidad.
Construyendo así en este thriller un acertado escaparate moral a través de cada uno de los personajes implicados en la historia, Antonio Hernández juega con el enfrentamiento de los opuestos (Robert y Nicholas, Diego y Boris) para evidenciar que dentro de cada situación hay posibilidad de elección y, sobre todo, de vuelta atrás. Al descansar parte de la responsabilidad en el elenco (pilar básico del film debido al, a veces, excesivo diálogo y al diseño de la puesta en escena), cabe destacar el trabajo del binomio compuesto por Frank Feys y Ben Temple que, con sus evoluciones a lo largo del metraje, consiguen convertir sus personajes arquetípicos en personas con debates internos reconocibles y empatizables.
Por su parte, el hecho de narrarse la trama a partir de lo que se genera (a nivel físico y emocional) en una pantalla de ordenador, condiciona de forma inequívoca el planteamiento del trabajo de Hernández. Aunque pudiera remitir en algún momento a Open Windows, lo cierto es que en Matar el tiempo el dispositivo determina la vida de los protagonistas del film de una manera completamente distinta (aquí el personaje de Ben Temple es también espectador, pero tiene plena autonomía sobre la toma de sus decisiones) y, en consecuencia, la puesta en escena es diferente. Así, si bien en la película de Vigalondo la cámara web sirve como modo de visionado y registro y permite la utilización del montaje en pos de la continua simultaneidad de escenas, Matar el tiempo prescinde casi en su totalidad del efecto de la multipantalla, proporcionando numerosas tomas grabadas en planos secuencia fijos y generales (de ahí la bien escogida paleta cromática del film y la necesidad de apoyarse en el trabajo actoral) que ayudan a la identificación constante del espectador con el punto de vista de los protagonistas, “voyeurs reales” de la situación. Por su parte, la decisión del director de romper esta tendencia en el último acto para acercarse a la acción acierta al adentrar al público en la creciente escalada de tensión y dramatismo del argumento.
Sin embargo, pese al diferente planteamiento visual, a sus claras intenciones y a que las interpretaciones responden, el ritmo y el desarrollo del guión frustran las opciones de la película de ser una obra redonda. Una presentación excesivamente detallada y poco sutil y un desarrollo que tarda demasiado en arrancar hacen del metraje algo excesivo y restan valor al film como thriller. Así mismo, el personaje interpretado por Ben Temple se pierde en numerosas ocasiones entre sus problemas familiares y sus dudas internas, lo que puede provocar que hasta el último tramo el protagonista no genere la empatía necesaria con la mayoría de la audiencia.
Resultando una obra irregular que gana y mejora de forma considerable según avanza, Matar el tiempo es una película a tener en cuenta que compensará, a pesar de sus limitaciones, a quienes aprecien sus intenciones y valoren un cine español distinto en la cartelera.