La película es una discreta producción de buen arranque que acaba perdiéndose en los clichés más tópicos de las películas de terror.
Crítica El otro lado de la puerta
Cuando uno lleva horas de vuelo -asistiendo a festivales de terror, visionando películas de todo tipo, grabando en vídeo, editando piezas, peleándose en las producciones, poniendo buena cara a los cortos de los colegas…- desarrolla una habilidad especial para prejuzgar las obras. Sí. Suena prepotente y absurdo pero es así. Lo mismo que un gran mentalistaamigo mío me confesó que a veces podía hacer predicciones sin echar mano de los trucos de magia *no es que tenga poderes especiales, es que tiene mucha experiencia-, algunos somos capaces de desarrollar otras habilidades especiales. Y a algunos críticos nos pasa -lo he contrastado con compañeros-. En ocasiones sólo con ver el cartel, podemos saber si la película es interesante o no. Más aun, podemos anticipar si está dotada de calidad o por el contrario es prescindible. En mi caso particular, el sentido de la vista me dice en los primeros minutos -a veces en la primera imagen-, la calidad de la película. Mi oído tampoco anda mal, y si pongo en conjunción los dos sentidos, mi veredicto suele ser infalible. “¡Fíate de tu instinto!” que decían mis profesores de interpretación. Pues bien, mi primer impulso al ver la primera imagen de “El otro lado de la puerta” fue el de duda… para mal.
La película abre situándonos en una concurrida calle de alguna ciudad de la India. El viaje de la cámara está bien, es correcto. Los figurantes funcionan muy bien, está todo lleno de detalles pero… hay algo en el color… que indica que no se han gastado mucho presupuesto en la postproducción. Bien. Eso no determina nada, las mejores películas de terror no tienen por qué tener un gran presupuesto. Nos acercamos a los protagonistas y… de unas palabras inteligibles alcanzamos a escuchar palabras en Español. ¿La distribuidora nos la pone doblada? Uf. Primer síntoma de flojera. Se descubren los protagonistas: la actriz Sarah Wayne Callies (Maria) escucha con una sonrisa las batallitas que le cuenta su contertulio Jeremy Sisto (Michael). Ella es conocida por las series Prison Break y The Walking Dead, aunque también la pudimos ver en la inoportuna “En el ojo de la tormenta”. Él, por mucho que tire de hemeroteca mental no consigo encajarle en un trabajo relevante, pero según una reconocida base de datos sobre películas… ¡¿A quién quiero engañar?! Según IMDB ha trabajado en las películas Km. 666 y Fuera de onda, así que mi cerebro se regodea de la web insultantemente triunfal.
Cambian a una playa más normal que corriente y la actriz sentencia ¡qué bonito es esto! Una playa. En mitad de una ciudad. Un cielo gris. Un agua gris… Una playa de ciudad tan idílica como cualquier playa de dudosa calidad para el baño. ¡Ya está el guión fuera de la realidad! Y claro, los personajes, por consiguiente, también. Ya vamos mal.
De pronto un inesperado giro de acontecimientos, un salto temporal de seis años, llena de esperanzas la sala. No importa -demasiado- que en la oscuridad bailen los granos de colores de tanto forzar la sensibilidad de la luz de la cámara, el cambio merece la pena y alberga posibilidades en una historia que parece ir directamente al grano. Por lo visto, en la familia ha habido una desgracia de la cual nadie, y menos la madre, se ha recuperado.
Entramos en lo exótico, en lo interesante, en lo indeterminado para nuestra cultura audiovisual. Hemos visto películas de terror sobre cultura patria, americana, europea, japonesa y hasta coreana. ¿Pero una que hable sobre cultura hindú? ¡Eso es tan raro como encontrarse con un unicornio en la cocina! ¡Fantástico! ¡Emocionante! ¡No tengo ni idea de esa cultura y no le voy a poner pegas a nada! ¡Todo me lo creeré a pies juntillas! Lo más parecido que he visto en el cine sobre terror hindú -pido disculpas por anticipado- es Indiana Jones y el Templo Maldito. Lo que me lleva a una pregunta… ¿por qué el país con mayor producción cinematográfica mundial no es capaz de hacer llegar sus películas a España? Señores distribuidores… ahí veo posibilidad de negocio. No digo nada.
Volviendo a la crítica de ‘El otro lado de la puerta’… Resulta que según la chacha de la casa interpretada por Suchitra Pillai-Malik (una señora muy atractiva dicho sea de paso), existe un templo que tiene la capacidad de traer a los muertos a este mundo temporalmente para hablar con ellos a través de una puerta la cual, bajo ningún motivo, deberá abrirse. Y claro. Sin ser mi colega mentalista, ni hacer uso de mis potenciadas habilidades precognitivas pasa lo que es evidente. Adivinen. Esto, obviamente, no es malo. Es lógico. Es necesario. ¡¿A qué hemos venidos?! ¡A ver una peli de terror! Así que la cosa va bien. Veinticinco minutos de metraje y todavía no he podido hacer una cruz al expediente -aunque reconozco que el boli lo sostengo listo para hacer los dos trazos. Así soy de implacable-.
Hasta ahí, y habiendo transcurrido unos cuantos minutos más, que es casi la duración de la mayor parte de la película que tiene un metraje de una hora y media, la obra firmada por el director Johannes Roberts, aguanta el pulso. De hecho, se podría decir que el nivel de sobresaltos e inspirar temor -los años de partidas de cartas magic influyen en mis descripciones- es suficientemente correcto y serio como para no abandonar la fe. Sigue los tópicos, sí, pero sigue un buen manual teórico que le podría llevar al aprobado. Sin embargo, este manual tiene las hojas muy manidas y, cuando llega el inevitable momento de ofrecer originalidad, el guión, escrito por el cineasta y el guionista Ernest Riera, se torna predecible, típico y anodino hasta alcanzar todos los clichés del género en el mismísimo final.
Atrás queda lo inédito y atrayente -el cuidado diseño del entorno, el desconocido templo, los extraños personajes que rondan a la protagonista- para lanzarse a una alocada carrera en pos de la trivialidad hasta lograr el paroxismo vulgar del género. Tanto es así que el guión mismo llega a ir en contra de su propia naturaleza, al negar por boca de la protagonista, la evidente malignidad que envuelve su entorno -¿cómo es posible que le lleve la contraria a la misma persona que le puso en contacto con su hijo?-. En fin. En España pasa lo mismo con la corrupción y nadie se da por aludido así que… ¿qué se yo?