El director Alberto Rodríguez reúne a un fantástico grupo de trabajo para realizar una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos. ‘La Isla mínima’, una espectacular película de intriga y misterio ambientada en la recién estrenada democracia y localizada en un paraje tan sobrecogedor como desconocido: las marismas del Guadalquivir y el pueblo Sevillano de Isla Mayor.
Sinopsis de ‘La isla mínima’
1980. Dos policías son enviados al remoto pueblo sevillano de Isla Mayor para investigar la desaparición de dos jóvenes hermanas. Pedro (Raúl Arévalo), es un policía con una prometedora carrera que está dispuesto a defender su trabajo mediante los recién adoptados procedimientos éticos de la policía. Juan (Javier Gutiérrez), el veterano compañero de Pedro, procede de la vieja escuela y ha estado al servicio de un régimen dictatorial que permitía la mano dura permitiendo encubrir con facilidad los excesos.
Juntos, y a pesar de sus evidentes diferencias, deberán adentrarse en un entorno rural aislado, para descubrir el paradero de las dos chicas. Todo indica que las jóvenes, como otras antes, han huido de un tradicionalismo opresivo procedente de una época antigua en el que los habitantes de Isla Mayor se encuentran anclados.
Sin embargo, la madre de las niñas (Nerea Barros), mujer de un padre hosco extremadamente autoritario, revelará información relevante para el caso poniendo así en la pista a los policías que pronto descubrirán nuevos detalles sobre las extrañas circunstancias de la desaparición de las niñas.
Crítica de ‘La isla mínima’
La Isla Mínima, una película que se suma a la tendencia nacional de hacer un cine de calidad fuera de la aburrida “españolada” y que cerrará las bocas del tan escuchado ‘A mí no me gusta el cine Español’. Alberto Rodríguez (1971), su director y coguionista junto al habitual Rafael Cobos, son los responsables de ofrecer una historia de incuestionable solidez tras la poderosa imagen de Alex Catalán y el empuje de la sutil pero penetrante música de Julio de la Rosa.
El thriller se remonta a 1980, una peligrosa época cinematográfica en la que muchos se han perdido contando una y otra vez la misma historia de “buenos y malos” desorientados en el futuro incierto de la transición española. Sin embargo, Alberto Rodríguez viene a contarnos la historia ayudado de La Historia. No quiere aleccionar, no pretende posicionarse ni que nadie tome partido de nada. El director deja que el público respire a su aire mientras unas poderosísimas imágenes sitúan la acción en un imperceptible paraíso rural tras unas tomas aéreas tan impresionantes que no parecen siquiera reales.
En apenas un par de frases conoceremos a los dos personajes protagonistas interpretados por Raúl Arévalo y Javier Gutiérrez. El primero, un joven policía democrático y el segundo, Juan un policía al que le van los excesos y la mano dura. Punto. Descritos los personajes, apenas pincelados con una impecable y sobresaliente actuación, no habrá más forma de recibir información de cada uno que la que describe su comportamiento durante la película y su forma o procedimiento de enfrentarse a cada situación.
Mientras, distintos temas que van más allá de lo que podría considerarse el típico thriller, subyacerán a lo largo de toda la película y podrán ser tenidos en consideración por aquello que quieran verlos sin afectar a aquel público que entre en la sala con la intención de entretenerse con una historia policiaca genuinamente española.
‘La Isla mínima’ es capaz de distanciarse de los tópicos típicos que estamos muy acostumbrados a ver en el cine Español… y eso que es difícil que una película pueda ser más española. Para empezar está localizada en las marismas del Guadalquivir, el pueblo sevillano de donde desaparecen las jóvenes es Isla Mayor, cuando llegan los policías el pueblo está en fiestas con verbena incluida… y ni en la música se podrá escuchar un leve rasgueo de guitarra española… No sé si me entienden lo que quiero decir pero en ningún momento habrá nada que comprometa la credibilidad de la cinta.
Otro de los puntos sorprendentes de la película es el reparto. Indudable es la calidad de los intérpretes que, como siempre suele ocurrir en el caso de los que tienen la suerte de trabar de continuo, pocas oportunidades se les ofrece para cambiar de registro. Sin embargo, y yendo más allá del encasillamiento de la caja tonta, en esta película sus protagonistas logran tal transformación que ni por un momento nos vendrá a la mente cualquiera de sus otros trabajos. Ciertamente el trabajo del actor es interpretar cualquier personaje, ya sea dramático o cómico, pero este reparto, bajo la dirección de un gran director de actores (si no de qué van a ganar tantos Goyas los actores de sus películas), llegan tan lejos en su deber de interpretación, que sólo se ven sus personajes. No está Raúl Arévalo, no aparece Javier Gutiérrez, sólo dos policías con unas enormes diferencias y unos procedimientos tan distintos como opuestos a su carácter personal.
También cabe destacar la brevísima intervención de Antonio de la Torre como severo padre de una no tan remota época (1980), y la espectacular transformación de la joven Nerea Barros en una madura mujer de pueblo sometida a su marido, como tocaba en la época, pero recia y dura como el carácter de Bernarda Alba. El reparto se completa con la nueva sensación para las jovencitas, Jesús Castro, alguien al que no le faltará trabajo gracias a Yolanda Serrano y Eva Leira que lo descubrieron en ‘El niño’, Jesús Carroza, que desde que trabajó por vez primera como actor en ‘7 Vírgenes’ con Alberto Rodríguez cuenta con él para todas sus producciones, Salvador Reina, otro gran acierto junto a Manolo Solo y Juan Carlos Villanueva.
Con una fotografía y guion tan personal, una dirección tan excepcional y un reparto tan entregado, raro sería que ‘La Isla mínima’ no obtuviese premios allí donde se presentase… siempre y cuando no se acerque a la vieja y anquilosada guardia de la Académica de las Artes y las Ciencias Cinematográficas (y “jóvenes” tragasubsidios), que ya los tuvo “cuadrados” en su ciega decisión de no haberla considerado siquiera como candidata para representar a el trabajo español en los premios Oscar. A ver qué lamentable espectáculo se atreven a ofrecer este próximo año.
Sea como fuere, yo me alegro y mucho de que forme parte de una tendencia de renovación del cine Español que está por encima de guitarras, flamenqueo, putas, maricones, yonkis, lolailos, toros, franquismos, guardiacivistas, comunistas, comedietistas y demás prejuicios que ha hecho que la frase “A mí no me gusta el cine español” llegara a tener sentido. Jaume Balagueró (1968), Paco Plaza (1973), Rodrigo Cortés (1973), Paco Cabezas (1978), Juan Antonio Bayona (1975), Jorge Dorado (1976), Daniel Monzón (1968), y por supuesto Alberto Rodríguez (1971), han creado la nueva generación del cine español a cuya Academia del Cine me adscribiría.
Si ‘La Isla Mínima’ no se convierte en un referente del cine español, la obra de maestra del thriller y una oda al aprovechamiento de recursos de producción (3,5 millones)… por mí podría dar paso al apocalipsis, al diluvio universal, ¡a ver si se van ya los antiguos de espíritu y los nuevos antiguos de pensamiento!