Ang Lee regresa con un título menor dentro de su filmografía, ‘Billy Lynn’. Drama, humor y espectáculo se mezclan en esta película sobre las consecuencias psicológicas de la guerra de Irak en los combatientes.
Crítica de la película Billy Lynn
Billy Lynn nace con la finalización del mandato de Barack Obama, un periodo relativamente tranquilo en lo que a conflictos armados se refiere, y con la sombra del nuevo presidente en el horizonte. Una era, la que nos espera, que podría asemejarse a la vivida con Bush y de la que la película es deudora. Y para ello, que mejor que distanciarse con un director como el taiwanés Ang Lee.
El film aborda el estrés postraumático, pero lo hace desde una perspectiva extraña, que apuesta más por la comedia que por el drama, con un planteamiento que se reduce a un solo espacio acompañado por flashbacks y alguna que otra secuencia aislada. El resultado es que el espectador no sabe a qué juegan los guionistas ni el director. Y es que lo que se podría entender como una cinta que denuncia lo que sufren los soldados y lo inútil de la guerra, especialmente la de Irak, parece una broma; más aún si atendemos a su desconcertante desenlace.
El relato transcurre en un estadio donde los “Bravo”, el escuadrón al que pertenece el protagonista, acuden para recibir un homenaje. Esa supuesta sátira queda diluida por el aparatoso espectáculo que se muestra en pantalla, cargado de luces, colores y música hortera de principios de siglo. Para aquellos que no comulgan con los ideales americanos, Billy Lynn provocará desde el rechazo más inocuo hasta el enfado más sonado.
Quizá lo más interesante de la película sean los juegos narrativos que plantea Ang Lee. Su buen hacer con las transiciones, los flashbacks y algunos movimientos de cámara resultan lo más interesante de un director que parece tomarse la historia como una excusa para experimentar tanto tecnológica como narrativamente, poniendo de por medio una distancia emocional hacia un relato que no le interesa en absoluto.
Lo que por planteamiento debería ser un drama queda relegado a la comedia, involuntaria o no, quedando patente desde el primer momento por la elección del reparto. Por el relato desfilan los veteranos Steve Martin y Chris Tucker, el último tan insoportable como siempre, y otros intérpretes que dan algo de sentido a la propuesta. Vin Diesel convence como soldado y mártir, Joe Alwyn se defiende en su primera película con un protagonista complicado y Kristen Stewart resulta ser lo más interesante de una película que no da oportunidades a sus actores para demostrar su potencial.
Lo más atrayente del conjunto debería ser la novedad tecnológica que plantea Lee, un director siempre comprometido con avanzar en la técnica. Billy Lynn está rodada a 120 fotogramas por segundo con cámaras de alta resolución, siendo la primera película de la historia en aplicar esta velocidad de captura. El problema radica en que muy pocas salas están preparadas para reproducir esta cadencia, por lo que en España es imposible verla como el equipo la concibió. Sin embargo, sí que se puede percibir que, quizá debido a este formato, la imagen es excesivamente clara y contrastada, siendo muy poco cinematográfica y agradable. Por momentos parece que estamos ante una serie de televisión de bajo presupuesto.
Billy Lynn es una película fallida, con un guion pobre que no aprovecha el tema que tiene entre manos y que deja la denuncia en un segundo plano a causa de un director más pendiente de sus experimentos narrativos y tecnológicos.