Opinión de la película “Uno más de la familia”, dirigida por Charles Martin Smith y protagonizada por Ashley Judd.
Crítica
No han transcurrido ni siquiera diez minutos desde que entré a la sala cuando me asalta – como una banda de fieros Apaches a una caravana de colonos en dirección a California – la pregunta: “¿Qué es una película?”
La acepción sexta de la RAE dice lo siguiente: “(una) cinta de celuloide que contiene una serie de imágenes fotográficas que se proyectan en la pantalla del cinematógrafo o en una superficie adecuada”
Obviando el hecho menor de que actualmente el soporte digital ha sustituido al soporte analógico – celuloide – podríamos considerar, por tanto, que “Uno más de la familia” es una “película”, dado que la componen una sucesión de imágenes fotográficas en movimiento que se proyectan en una pantalla.
Vivimos sin duda tiempos oscuros o, mejor dicho, comenzamos a intuir la oscuridad que se cierne. Se podría decir que nos encontramos en ese espacio de tiempo interregno que hay entre la puesta de sol y la oscuridad total. La hora bruja, conocida coloquialmente.
La razón, como tótem sobre el que se fundamentó la sociedad moderna durante la ilustración, es un enfermo en la UVI para el que los médicos no albergan esperanzas; como Gaudí después de haber sido atropellado por el tranvía.
La vida en la tierra, con sus innumerables matices, tiende a ser cíclica; así como la barbarie, el analfabetismo, el autoritarismo y la tendencia a la superstición de los seres humanos.
No pretendo, para nada, sepultar o injuriar a nuestra antepasado de 30 mil años atrás, hijo de la noche de los tiempos. Al contrario, pretendo rescartarle y restituirlo pues, como decía Schopenhauer “Todos somos el mismo hombre” y las pulsiones atávicas con las que hubo de lidiar el hombre del neolítico, a excepción de la máscara y lo intrincado y sutil de su floración, en nada se diferencian de las nuestras. Es más, puede que ellos estuvieran más familiarizados con ellas y las supieran reconocer mejor pues, anteriores como son al lenguaje, no se perdían en disquisiciones de barra de bar, ni en la frondosidad de un bosque que parece estar vacío, carente de vida.
Lo que pretendo decir en pocas palabras es que somos igual – quizá más, dado que nosotros hemos tenido la oportunidad de elegir – de gilipollas que el hombre de las cavernas.
El ser humano tocó cima con pensadores de la talla de Voltaire, Kant, Montesquieu, y desde entonces todo ha empezado a ir cuesta abajo y sin frenos; si Dylan Thomas nos advirtió que “no entrásemos con calma en esa buena noche/rabia, rabia contra el morirse de la luz” nosotros no le estamos haciendo ni puto caso.
Y tú, lector, te estarás preguntando al otro lado de la pantalla “¿Cuándo pretende este tipo dejar de lado su diatriba descafeinada repleta de nihilismo y derrota y se pone a hablar de Uno más de la familia?” Bien, te respondo: llevo todo el tiempo hablando de ella.
Y sí, entiendo que mi respuesta te encolerice aún más; que pienses que estás perdiendo tu tiempo; tan sólo quieres algo firme, tangible, a lo que agarrarte para saber si debes invertir tu valioso dinero. Bastante tienes ya con tus problemas para que un pesao se ponga a reflexionar sobre lo corroídas que están las vigas de nuestro imperio y, por ende, de nuestra autoestima.
Ok. Está bien. Lo haré por ti. Trataré de ser claro y esquemático. Si entras a ver “Uno más de la familia” te encontrarás con:
- Una Ashley Judd con el rostro embotado de botox – no le cabe un miligramo más -; incapaz de canalizar ninguna emoción humana, lo cual – obviamente – la invalida por completo para seguir dedicándose a la interpretación.
- Una voz en off constante, cursi y machacona, que parece una salmodia, y que pone en relieve las emociones humanas y los pensamientos complejos de la protagonista. Que por cierto es una perra.
- “Es algo que ya hemos visto en otras obras de ficción -te dirás-. Humanizar animales en pos de contar una historia es algo tan antiguo como las fábulas de Esopo”. La cuestión es precisamente que la voluntad de “Uno más de la familia” no es crear, en última instancia, una obra de ficción, sino un artefacto proselitista; un troyano en tu materia gris con el cual inocularte todas las soflamas chifladas de la vertiente animalista más radical:
- Existe “racismo animal” dentro de la sociedad moderna. Por tanto ciertos animales sufren una especie de apartheid. Ello se evidencia a la hora de no poder entrar con ellos en ciertos edificios públicos o comercios privados.
- Cualquier tipo de caza está mal. Muy mal.
- Los animales son más humanos que los humanos; más emocionales, más comprensivos, más cariñosos, mas familiares.
- La comunidad que los animales forman en libertad, y que los humanos ponemos en riesgo con tan solo nuestra presencia, tiende a ser más pacífica, respetuosa y repleta de modales
- ¿Acaso -parece preguntarse todo el tiempo la “película”- no seremos nosotros, los seres humanos, las bestias salvajes?
Y paro aquí, porque mientras transcribo toda esta sarta de chorradas a las que acabo de asistir no paro de sentir escalofríos. Que el hombre – y la mujer– moderno ya se había ido al carajo por completo, era algo que sabía de antemano; pero ver “Uno mas de la familia” ha sido como un acto sadomasoquista sin la palabra clave para poder pararlo.
Opinión final de Uno más en la familia
Lo mejor será que, si pretendo sobrevivir a la noche oscura que está por envolvernos, cierre los ojos para ir acostumbrándome, y me sume de una vez a su estela anti-ilustrada. Qué mejor que comenzar pegándole un rapapolvo a la RAE – esos machistas falocéntricos, misóginos, etcétera – para ganar réditos: “No, señoros académicos,“Uno más de la familia”, por mucho que se ajuste a los parámetros de la acepción sexta de la palabra “Película”, no es una película. Ni siquiera funciona – por su duración – como vídeo corporativo para PACMA. Es la constatación de que no hay vuelta atrás. Hemos fracasado. The winter is coming.