Timbuktu penetra en lo más profundo del estado islámico de la forma más bella y terrorífica posible: Mostrando la humanidad de las personas que lo forman a su pesar y por voluntad.
Sinopsis de la película TIMBUKTU
La ciudad de Tombuktú, Mali, ha sido ocupada por radicales religiosos. Guerreros que luchan por imponer una religión política musulmana, interpretan a su modo las palabras de El Corán para impartir la improvisada justicia. En nombre de Dios, pero con la fuerza de las armas, veremos como un particular grupo de ocupación somete de la mejor manera posible a los pacíficos habitantes de la milenaria ciudad que se niegan a perder la identidad, la cultura, la interpretación de la religión y la dignidad como mujeres y hombres.
Crítica de la película TIMBUKTU
Abderrahmane Sissako, director y coguionista de la película, ha creado una película particular, bonita, difícil de clasificar dentro de un género. Timbuktu, es un cuadro dinámico, una pintura en movimiento de sencillos trazos y colores cálidos que transporta a la audiencia, sin más artificio visual que lo necesario, hasta el corazón del desierto. Una fotografía de Sofiane El Fani, que atrapa y lleva al lugar que describe con la misma luminosidad que lo hiciera Mattisse con sus cuadros. Luz, viento, agua, arena… ropajes acariciados por el viento, por la calurosa brisa de África, acompañan a la fantástica energía con la que se desenvuelven los actores. A penas son necesarias las palabras, no hacen falta las explicaciones, con una mirada de los curtidos rostros de algunos, o la negación de la sonrisa de una mujer, es suficiente para saber todo lo que llevan en su corazón.
Antecedentes, situaciones e intenciones, serán tan explícitos, tan cotidianos en la vida (en la forma de contarse, en la naturalidad de mostrarlo ante la cámara) que a penas hallaremos sorpresa en el desarrollo y resultado. No se busca el giro dramático. No hay sorpresas. Lo que se muestra es lo que hay. Y eso mismo, contado con la sencillez de la realidad, de lo que suele ser la realidad, hace que la obra gane una potencia sobrehumana.
El tema, que en un principio puede parecer localizado, que apenas puede tocar a una persona que resida no ya en otro país, sino en otro continente, irrumpe en la conciencia de cada uno al contemplar unas escenas capaces de aterrar al inconsciente. Bien reflejando situaciones desprovistas de aspereza, aspavientos y dramatismos, bien despojando a la imagen de afectación, precipitación de la emoción o reacciones esperadas, el director infecta el alma de la persona sin tocar la barrera emocional del espectador. No hay rechazo, no hay empatía. En su lugar, encontramos una perversa lógica que resulta aun más demoledora que los posibles lloros o pataleos de los protagonistas de cada escena, pues el dictado que llega a la razón es mucho más profundo que el superficial sentimiento.
Así, los argumentos, los razonados argumentos en los que se erigen los que sutilmente acaban aplicando la justicia del terror, los yihadistas, cruzan mares y océanos, desiertos y ciudades, hasta llegar a convertirse en el reflejo de la humanidad que habita en todas las partes del mundo. La armadura de la ley, la injusta ley para las mayorías, la excusa de aplicación lógica e interpretación arbitraria, acerca la maldad ética y la justifica para reconocerla en las personas que no son capaces de vivir con rectitud y respeto. Así, y esto es lo que da miedo, ninguna diferencia encontraremos entre un yihadista (un yihadista argumentado de Timbuktú) o un agente municipal que multa rehuyendo a la ética personal para no tener que valorar la situación y sacar provecho del sencillo uso de la frase “este es mi trabajo y lo tengo que hacer así porque es la ley”. ¿No hay personas tras los uniformes? Pues adivinad que hay tras los oscuros embozados que tratan de extender su idea del Islam…
“Hago lo que tengo que hacer porque es mi trabajo”, palabras de todo aquel que rehuye de la ética personal para ejercer (con maldad), aquello que otros le dicen que tiene que hacer. Así, este tipo de enfermedad, infecta cualquier continente, y habita tanto en el mismo corazón (convencido o no) de un yihadista, como en el amargado agente de la ORA que multa con satisfacción a la persona que llega apurada a retirar el coche. Para que ocurra el terror, sólo es necesario intercambiar las herramientas de trabajo del “representante de la ley”.
Timbuktú es una obra universal de acogedora estética, de belleza visual, que da forma y voz a un tema ininteligible. Así, en apenas hora y media, se puede conocer un lugar remoto, una cultura distinta, el Islam y hermanarse con aquellos que han sido ocupados por el terror fanático-bélico-religioso. Esas personas anónimas que tienen que convivir con milicias. Hombres y mujeres olvidados, alejados de los medios de comunicación, que suelen ser injustamente acusados de islamistas y que gracias a Abderrahmane Sissako y a la encarnación de los intérpretes, se convierten en los protagonistas de una injusta realidad.