La cinta ahonda en la vida de Stefan Zweig, un reconocido escritor, activista e intelectual judío que se ve obligado a abandonar su país huyendo del nazismo.
Crítica ‘Stefan Zweig: Adiós a Europa’
En la obra ‘El guardián entre el centeno’ su protagonista, Holden Caulfield, vaga de un lado a otro por las calles de Nueva York sin encontrar su lugar. No pierde la oportunidad, siempre que puede, de preguntar a cualquiera que se cruza en su camino si sabe donde van los patos de un lago cercano cuando el agua se congela. Resulta difícil imaginarse alguna metáfora mejor que ésta para representar a las personas que no consiguen conectar con sus raíces y se encuentran perdidas en el mundo.
El lago de Stefan Zweig se congela cuando el régimen nazi toma el control de su Austria natal y se ve obligado a huir. Tras un refugio en Francia y más tarde en Inglaterra escapa a Sudamérica, viajando por Buenos Aires y Río de Janeiro. Finalmente, después de una visita a Nueva York donde se encuentra con su ex mujer, se instala en Brasil, un país del que se enamora inmediatamente. Tras un tiempo viviendo allí, acaba suicidándose por miedo a que el nazismo se extienda por el mundo.
Esta es, a grandes rasgos, la parte más cruda de la historia real de un personaje que, aunque era un reconocido escritor y pensador, no hacía otra cosa más que vagar de un lado a otro, al igual que Holden, pero en este caso por temor a mirar hacia atrás y encontrarse con su patria rendida ante el nacionalsocialismo.
La dirección y el guión corre a cargo de Maria Schrader, una experta en hacer de cada plano una obra de arte. Ya no solo por su pulcra dirección técnica, sino también por el emplazamiento de los elementos ante la cámara, por la composición y, sobre todo, por su montaje interno. Así lo demuestra la primera escena de la película, una declaración de intereses que no tiene nada que envidiar a la delicada composición de Haneke. Aunque si hay algo que destaca por encima del resto es su majestuoso cierre: se ha convertido en uno de los finales más inteligentes que he visto nunca al resolver la última secuencia en el reflejo de un espejo.
Una maravillosa obra de arte que no tiene nada que envidiar a la de los grandes maestros.
Los diálogos, por otro lado, adquieren cierto aire caótico al construirse sobre una pequeña torre de Babel donde se mezclan el castellano, el alemán, el inglés y el portugués. No obstante, el cruce de lenguas no impide que los actores saquen todas sus armas interpretativas y consigan brillar en todo su esplendor.
Pero como todo no puede ser perfecto, hacia mitad de la narración el ritmo decae estrepitosamente. Es justo en el viaje de Stefan a Nueva York, donde no dejan de aparecer personajes fugaces que enredan la historia hasta tal punto que llega a confundir. Aunque se recupera con rapidez, los estragos del desnivel en el compás narrativo impregna el resto de la cinta dejando una sensación de miedo ante una posible caída al vacío en cualquier momento.
Conclusión ‘Stefan Zweig: Adiós a Europa’
En resumen, Stefan Zweig, adiós a Europa es una demostración apabullante del dominio de Maria Schrader del montaje interno, una acertada reflexión sobre la necesidad de las raíces y el sentimiento de pertenencia y un testimonio interpretativo abrumador. O dicho de otra forma: una maravillosa obra de arte que no tiene nada que envidiar a la de los grandes maestros.