“Coco”, la nueva apuesta navideña de Disney y Pixar, llega para adentrarnos en la tradición mejicana del Día de Muertos. Una película que ha arrasado en la taquilla mejicana, algo que no es de extrañar, y que sirve para introducir a los niños y normalizar el tema tabú de la Muerte.
Crítica de la película “Coco”
El mundo de los vivos y los muertos se junta una vez al año en el Día de Muertos. En España se celebra acudiendo a los cementerios para visitar las tumbas de sus seres queridos (Día de Todos los Santos); en USA celebran la ya extendida noche de Halloween; y en Méjico la costumbre es levantar altares con las fotos de todos sus antepasados y obsequiarles con ofrendas de comida y flores. Por primera vez en la historia de Disney, y de su ya inseparable Pixar, el tema central de una de sus películas es la Muerte.
Una temática que era más que necesaria en una película de animación, ya que gracias a títulos como éste los más pequeños podrán arrojar algo de luz y normalizar un asunto que nos afecta a todos, a una u otra edad, y que puede resultar un hecho traumático, pues una pérdida siempre es difícil de asumir. La Muerte siempre ha sido un tema complicado de tratar, algo que siempre se rodea de un aura fantástica y mística, se convierte un gran tabú generacional; algo innombrable, desconocido y desagradable de tratar; un tema que es mejor no mencionar. Pero las preguntas y la angustia resultan inevitables cuando pierdes tu primer ser querido, normalmente un abuelo o incluso una mascota. Ese es el momento en el que los más pequeños de la familia no hallan explicación ni consuelo ante tal ausencia, y encuentran tan sólo las evasivas e inventivas varias de unos padres a los que les queda muy grande tal hito familiar.
Coco trata de normalizar y acercar ese tema a los niños adentrándolos en la ancestral tradición de Día de Muertos mejicano. Una fiesta colorida, festiva y musical, donde las casas se llenan de flores, altares, comida y, cómo no, de las famosas Catrinas; ya que los mejicanos no tienen ese concepto tétrico de la muerte que tenemos en España. Para ellos ese día es una verdadera fiesta y se vive como tal. Un momento de reunión familiar donde los vivos y los que ya no están entre nosotros se reúnen para compartir unas horas al año.
Una tradición bonita desde luego… hasta que Pixar decide cargarla hasta los topes de su característica esencia donde parece olvidar su público objetivo. Y nada más lejos que intentar desprestigiar a la productora de animación más potente de nuestro tiempo, la cual nos ha regalado títulos tan míticos como Toy Story o Buscando a Nemo, pero hay que reconocer que siempre abordan los temas de sus películas desde un tono muy adulto. Algo que por otro lado les ha hecho líderes en su campo, ya que son capaces de empatizar y captar la atención de niños y mayores. Pero, en mi opinión, en esta ocasión, han ido demasiado lejos.
La muerte, la ausencia de los seres queridos, el abandono familiar, el alzheimer, el rencor desmedido… son sólo algunos de los temas que se entre cruzan entre mariachis y esqueletos bailarines. Y es que asumir que todo aquel muerto al que su familia o amigos no coloca en foto sobre el altar, no puede cruzar la “frontera” en ese día tan especial para reunirse con los suyos -algo que les condena a vivir el resto del año como auténticos marginados sociales dentro de “la ciudad de los muertos”-, es un gran mazazo; pero aceptar que si ya no queda nadie entre los vivos que te recuerde, desaparecerás para siempre, causa un nudo en la garganta muy difícil de digerir. Entonces empiezas a plantearte si recuerdas lo suficiente a aquellos seres queridos que ya no están, si deberías hablar más de ellos, recordar sus anécdotas, colocar más fotos, visitar más sus tumbas; ¿y si por tu culpa desaparecieran hasta del recuerdo? ¿y si nunca hubieran existido? Ojo que el temita tiene tela, y niños a partir de una edad pillan perfectamente el mensaje. ¿Y saben algo que les encanta hacer a las criaturas? Preguntar. Así que preparen sus mejores respuestas o plantéense la posibilidad de convertir su casa en un altar homenaje a los difuntos.
Coco deja atrás lo amable para convertirse una vez más en el azote de las mentes infantiles, y las que no lo son tanto. Más allá de todo eso la película no es más que una aventura que relata las peripecias de un niño -Miguel- que se ha perdido en su incesante lucha de alcanzar su sueño -en este caso la excusa es la música- y quiere volver a su casa. Incluso podremos sentirnos atascados en su tramo intermedio, durante su incombustible búsqueda por la bendición que el personaje principal necesita para regresar al hogar. Ese punto de la trama resultará bastante reiterativo.
Los directores Lee Unkrich (Toy Story 2 y 3, Monstruos S.A., Buscando a Nemo) y Adrian Molina (El viaje de Arlo) son los creadores de este universo lleno de color y música mariachi. La animación, como siempre, es sobresaliente -algo a lo que ya estamos más que acostumbrados-, aunque sin duda destaca el diseño del personaje de la bisabuela de Miguel, Coco, una auténtica pasada. Por otro lado, ella es la verdadera protagonista de esta aventura, una anciana súper entrañable. Increíbles las arrugas de su cara, los gestos, todo; el espectador conectará desde el primer minuto con un personaje al que apenas escucharemos más que decir entre susurros “papa”, aunque ni siquiera recuerde el nombre de su propia hija. Conmovedor como esa anciana sigue esperando con la ilusión de una niña pequeña a que regrese su querido padre, un exitoso cantante que abandonó a su familia para triunfar en el mundo de la música y el cual nunca regresó. Prepara el paquete de kleenex porque de su recta final no te escapas…