“Lumiere! Comienza la aventura” es una película documental que analiza la creación de los inventores del séptimo arte sin entrar en cuestiones históricas, introduciendo al espectador al cine de los pioneros y su significación e inspiración.
Crítica de “Lumiere! Comienza la aventura”
Volver a los hermanos Lumière es correr un riesgo. Poco o nada debe quedar que contar sobre aquellos inventores que en 1895 sacaron a la luz una creación que consiguió vencer a otros artefactos que también perseguían la ansiada meta de la fotografía en movimiento. Por ello, y de manera muy inteligente, el director Thierry Frémaux decide hacer una matrioshka cinematográfica creando una película que a su vez contiene 108 películas de los Lumière, incluyendo las más famosas y otras desconocidas para el gran público e incluso para los cinéfilos fascinados por el primitivismo cinematográfico.
Las más de cien películas están narradas aportando datos sobre las mismas, pero sobre todo haciendo al espectador sujeto reflexivo de lo que está viendo en pantalla, consiguiendo que lo que podría ser una maratón agotadora se disfrute de manera dinámica. Las conclusiones que se pueden sacar de la cinta dan para una larga discusión, pues lo que nos cuentan los comentarios de Camille Saint-Saëns coloca a los hermanos en un altar con el simple objetivo de ser reverenciados por su supuesto genio a la hora de crear encuadres, planificación, puesta en escena e incluso dirección de actores. Es injusto valorar su obra con lo que vino después. Las películas seleccionadas corresponden, en su gran mayoría, al periodo entre 1895 y 1900; puro cine en pañales que aún no entendía de teorías del montaje promovidas por los rusos ni de ficciones más allá de escenas costumbristas. Pero, acotando su campo de trabajo, ¿es justo glorificar a los Lumière como lo hace esta película? La mayoría de textos que hablan de ellos cuentan que para Auguste y Louis el cinematógrafo era un experimento que tenía su razón de ser como testigo documental. Y es lo que parece extraerse de sus trabajos, más allá de que el encuadre o la composición sean más o menos elaborados y en los que la pintura juega un papel primordial, ya sea de manera consciente o aprehendida por los operadores que cuentan con un bagaje visual dentro de su imaginario colectivo que les impulsa a replicar ideas compositivas precedentes. Es impensable que corriendo a cargo del quien corre la producción se pudiese encontrar una crítica al trabajo de los creadores, pero sí que se podría haber rebajado el tono en ciertos momentos del documento que habrían acercado más la realidad de un invento que, como otros muchos, fue creciendo a través de la experimentación y el error; la mayoría de las veces sin previsión en el acto creativo.
“¡Lumière! Comienza la aventura” es un ejercicio de documentación notable, que dejando de lado su sentido reivindicativo de la figura de los hermanos franceses aporta más a la perspectiva antropológica que a la cinematográfica. Y es que el siginifacdo del cine no es solo crear historias y remover sentimientos, sino funcionar como una suerte de máquina del tiempo que nos muestra cómo era el mundo en el momento en que se giraba la manivela a ritmo de metrónomo. ¿No es fascinante ver a personas hace más de un siglo realizando escenas cotidianas? Esa fue la razón del cine. La magia vino después.