La película “La enfermedad del domingo”, del director Ramón Salazar, es una auténtica gozada para los sentidos que merece ser descubierta en la grandeza que sólo otorga una pantalla de cine.
Crítica de la película “La enfermedad del domingo”
La enfermedad del domingo es una de esas películas denominadas “de autor” que conquistará a una pequeña parte del público pero que detestará la gran mayoría que acuda al cine. Una fotografía, unos planos, un color, un montaje cuidado al detalle y elegidos con un buen gusto de chapó, no parecen ser motivos suficientes por lo que recaudar en la taquilla del blockbuster actual; espero equivocarme pero no creo que una cinta que respira tanta delicadeza y buen gusto en cada secuencia sea capaz de aguantar muchas semanas en cartelera.
Y es que el público está acostumbrado a la acción sin fin desde que sale el protagonista en pantalla hasta que se encienden las luces de la sala, y cuando una película tiene un ritmo distinto, más pausado e intimista, enseguida se la tacha de aburrida, de lenta o de que no pasa nada. Pues bien, La enfermedad del domingo es una película de poco diálogo pero de mucha carga emocional; una película que hay que saber saborear poco a poco: cada secuencia, cada plano, cada gesto y mirada de sus dos actrices protagonistas te evocará un sentimiento y una sensación distinta que te irá preparando para su inesperado final. Un final que a su vez plantea el ocaso de un ciclo, todo empieza y todo termina gracias a la persona que nos ha dado la vida: una madre. Un relato tan atrayente como perturbador, capaz de mantener intrigado al espectador de forma insólita con la aparentemente sencilla historia de una madre y su hija, que logrará no dejar indiferente a nadie revelándose a su vez como un misterio a resolver.
Uno de los motivos que hacen brillar a la película es la capacidad interpretativa de dos grandes actrices que no necesitan de unos diálogos absolutamente elocuentes y explicativos para transmitirnos los nervios, la ilusión, la irá y el abismo sentimental que separan a sus dos mujeres protagonistas, madre e hija, las cuales se presuponen unidas por el vínculo más profundo, el de la sangre. Bárbara Lennie, la hija abandonada con tan sólo ocho años mirando al infinito por una ventana esperando el ansiado regreso de su madre; y Susi Sánchez, la madre que huyó buscando una vida mejor para cumplir sus sueños sin mirar atrás.
La dirección de esta obra tan artesanal, que mide perfectamente sus tempos de contención y de dosis de misterio, corre a cargo de Ramón Salazar (Piedras, 20 centímetros, 10.000 noches en ninguna parte). Un cineasta malagueño del que a priori nadie esperaría un trabajo de estas características. Sin duda, con la que nos ocupa, ha decidido explorar otros registros acertando de lleno en su elección. Una película que cierra un ciclo que comenzó con el cortometraje ‘El domingo’ y que culmina de manera más que notable en la cartelera de este fin de semana.