‘El olivo’ de Icíar Bollaín se señala como una de las favoritas nacionales del presente año, contando además con el extraordinario trabajo de la actriz Anna Castillo. Una aventura donde para rescatar a un abuelo condenado al olvido habrá que rescatar a su olivo de manos alemanas.
Crítica de la película ‘El olivo’ de Icíar Bollaín
“El olvido no es victoria sobre el mal ni sobre nada, y si es la forma velada de burlarse de la historia, para eso está la memoria que se abre de par en par, en busca de algún lugar que devuelva lo perdido; no olvida el que finge olvido, sino el que puede olvidar”. Este conocido poema de Mario Benedetti contiene la esencia de la nueva película de la directora Icíar Bollaín, El olivo. Ese olvido obligado y ahogado en el silencio más absoluto por el paso de los años, pero que sin más remedio queda aún vivo en nuestra memoria. Un olvido que en el caso de la cinta viene relatado de la mano de un olivo, y que une de manera certera e imborrable los lazos de cariño entre un abuelo y su nieta. El anciano silenciado ya en ese olvido, la nieta dispuesta a todo por mantener viva la memoria. Y el olivo, un símbolo de esa unión, el vínculo y la historia de toda una vida.
A sus 20 años Alma (Anna Castillo) es la única que espera que su abuelo, con el que compartió tantos juegos, risas y canciones durante su niñez, recupere las ganas de hablar. El resto de su familia considera que su querido abuelo estará mejor en una residencia donde se hagan cargo de él, una persona con alzheimer que ya no recuerda nada ni tiene ganas de nada, ni siquiera de comer. Pero Alma está convencida que su abuelo no está enfermo sino que vive inmerso en una profunda tristeza desde que hace ya muchos años la familia vendiera el olivo milenario de su finca, donde ambos jugaban todas las tardes, en contra de su voluntad con el único objetivo de conseguir un dinero extra.
A falta de más de medio año para terminar este 2016 ya puedo señalar a esta El Olivo como una de mis favoritas, y no dudo que durante 2017 le llegarán numerosos premios, uno de ellos me atrevo a vaticinar que irá directo a la maravillosa actuación de Anna Castillo en el papel de Alma (Premio Goya a Mejor Actriz Revelación 2016). Y es que esta joven actriz catalana se come la cámara cada segundo que está en pantalla. Su vitalidad, carisma natural y frescura son el secreto de que el mensaje de la cinta llegue directo al corazón del espectador, con una mezcla de alegría y tristeza contagiosas. Es imposible no sentirse identificado y conmovido por la estrecha relación que mantienen en dicha historia abuelo y nieta. No hace falta ni una sola palabra. Un gesto, una mirada, una caricia nos devolverán a nuestra niñez cuando nuestro abuelo era el mayor de los héroes ya fuera ayudándonos con los deberes o mientras le colocábamos los rulos de las muñecas. Siempre estuvo a nuestro lado y ahora, sólo porque es mayor, parece no tener hueco en estas agitadas vidas convirtiéndose en un estorbo que ya no sirve para nada. Pero ¿si pudiéramos devolverle la felicidad pasada? Eso se plantea el personaje de Alma que ni corta ni perezosa, y valiéndose de su desparpajo, intentará retornar el olivo de su abuelo desde Alemania.
Pero la complejidad del guion de El Olivo va mucho más allá de las relaciones familiares. La crisis económica de un país que se pensó invencible y que ahora sufre las consecuencias de tanto expolio, corrupción y despilfarro quedará perfectamente reflejada a través de ese olivo arrebatado de nuestras fértiles tierras y ahora convertido en el símbolo de una multinacional energética alemana. Esa es la realidad que nos rodea en la actualidad, la única realidad que conocen jóvenes como Alma: la de un país que no tiene nada que ofrecerles, y que les ha arrebatado sin más tanto presente como futuro. Algo que esos jóvenes, cansados de las promesas electorales de siempre, llegan dispuestos a cambiar y reivindicar, luchando por hacerse escuchar por encima de las políticas impuestas desde la troika. Alma logrará hacerse escuchar en una Alemania que nos ve como los eternos vagos que siempre están de cachondeo, pero ¿cuantas “Almas” harán falta para que cambien por fin las cosas?
