La opacidad de la Iglesia queda expuesta en “El club”, una imprescindible apuesta cinematográfica dirigida por Pablo Larraín. Lo mejor del cine chileno (y del mundo).
El Club: Sinopsis
Un grupo de “curitas” viven en una casa de un pequeño pueblo. Retirados los cuatro, llevan una sencilla vida de recogimiento bajo la supervisión de una monja. El retiro de un quinto cura en la casa desestabilizará la quietud y orden haciendo emerger el pasado de cada uno de ellos.
Crítica El Club de Pablo Larraín
Una película que habla por sí sola con las imágenes y la justa música narrativa. Una producción nada pretenciosa, más bien al contrario, aparentemente limitada en recursos pero basta en capacidades. Actores sobresalientes cargan con personajes duros, oscuros, harto complicados de interpretar y más aun de definir sin caer en los tópicos. Un minimalismo óptimo y un ritmo inteligente aportarán presión a la obra de forma gradual hasta que todo cobre un sentido tan evidente que dejará boquiabiertos a los más escépticos. El desenfoque, el desteñido, el apagado de la imagen, se torna en un arma tan potente e inesperada como la más sencillas de las piedras que puedan ser lanzadas con un hombre diestro en la honda; un rústico ariete de madera que rompe con la ansiada belleza de la pulcra estética.
“El club” hiere en instantes lo que se presenta como lo más cotidiano del mundo: Unos hombres, camino de ancianos, que madrugan, comen y pasean juntos, hasta que la sutileza da paso a un impactante contenido pues la casa donde se alojan estos hombres un destierro. Poco hay que imaginar para darse cuenta que el pasado de estos señores es harto oscuro y, por si quedara alguna duda, un fabuloso personaje interpretado por Roberto Farías (Sandokan), meterá el dedo en la llaga hasta desencadenar violentamente el detonante que nos llevará a descubrir qué hay tras la aparente cotidianidad de “El club”.
Y a partir de ahí, en los primeros minutos, nos encontramos con una apasionante guion lleno de fantásticas conversaciones sobre el bien, el mal, Dios, la iglesia y la forma de resolver (o no) sus problemas. Un comienzo álgido que golpea como una maza, saca inmediatamente del ensimismamiento de los tonos azulados, oscuros, con los que se presenta este “El club”, para crear una intensidad tan férrea como mirada del personaje (Marcelo Alonso) que viene a esclarecer tan escandaloso suceso; un quinto hombre en discordia dispuesto a todo para determinar y valorar la magnitud de los pecados de los habitantes de la casa, incluido tal detonante. Aparece la clave policiaca, que aporta un fascinante proceso de investigación a la vez que el impredecible conflicto en marcha (este ido Sandokan) se tambalea ante todos los ojos. No hay trampa, sólo determinación y honestidad con el bagaje de cada protagonista.
Las mentiras, secretos, diálogos razonados a favor de persversidades o no, estarán sostenidos con absoluta organicidad por parte de los intérpretes gracias a su detallada actuación y composición del personaje. Así, con sonrisas, tonos, gestos, miradas y demás recursos, lograrán crear auténticos seguidores de la Fe católica, haciendo que la obra se torne toda vía más dura.
Desafortunadamente, la película cuenta con un apartado sonoro bastante difícil. Hay momentos (no sabría decir si por el idioma original chileno, por la dialéctica de algunos personajes determinados, o por posible deficiencia en la calidad sonora) que no se hubieran echado de menos algunos subtítulos para no perderse detalle de las conversaciones. Así mismo, algunos podrán apreciar defectos en la imagen que, si bien llega hasta jugar un papel a favor en el desarrollo total de la película, también pueden resultar un incordio para los más exigentes.
No obstante, “El club” es una película tan osada y valiente como honesta y relevante. Una idea fantástica que se convierte en un guion fascinante, soportado por unos sólidos actores que están bajo la astuta mano de un realizador harto interesante. Todo el equipo debería ser importado a España y dejarlos hacer…