El director austriaco Gustav Deutsch estrena en España su particular visión sobre la pintura de Edward Hopper gracias a ‘Shirley. Visiones de una realidad’ donde trece cuadros del pintor cobrarán vida para contar la historia de la protagonista, interpretada por Stephanie Cumming.
Sinopsis de ‘Shirley. Visiones de una realidad’
Shirley es la historia de una mujer, entre los años 30 y 60, que no acepta la realidad en la que vive; que desea cambiarla, y que se siente sola al no encontrar a nadie que le apoye sentimentalmente.
Crítica de ‘Shirley. Visiones de una realidad’
Como hizo Gustav Deutsch con la serie de películas abarcadas dentro de ‘Film Ist’ (‘Film Ist. 1-12’ y ‘Film Ist. A Girl & a Gun’), Shirley vuelve a ser una reflexión sobre el arte dentro del arte. En esta ocasión escoge el mundo pictórico de Edward Hopper para llevarlo a la gran pantalla, imitándolo a la perfección; como hizo Eric Rohmer en ‘La marquesa de O’ con la pintura del siglo XIX. Como ocurre con los cuadros de Hopper, uno de los primeros sentimientos que despierta el filme es la soledad de todos sus personajes. Otros artistas como Robert Adams, Raymond Carver o Stephen Shore han retratado el mismo sentimiento tanto en fotografía como en literatura, pero el toque de Hopper, especialmente cinematográfico, creó escuela e influyó en grandes directores de cine como Alfred Hitchcock, Terrence Malick o Wim Wenders.
Otros de los temas sobre los que reflexiona ‘Shirley. Visiones de una realidad’ son la frontera entre realidad y ficción, para el cual la referencia a ‘La caverna’ de Platón, que aparece en una de las escenas, resulta muy apropiada. Como en el mito, los personajes de la película apenas ven sombras falsas de la realidad (la ficción) al estar encadenados adentro en la cueva (en la trama del filme). Aún más, en el filme parece mirar de frente al espejo de la realidad contemporánea al estar influida por los sucesos históricos, que conforman el marco de la película: la radio (con noticias sobre la II Guerra Mundial o el discurso de Martin Luther King), la literatura, el cine (‘El año pasado en Marienbad’, de Resnais) y la música (Big Mama Thornton). Por lo tanto, Deutsch utiliza el recurso literario de las cajas chinas, en donde se encuentran distintas capas de realidad.
El filme está compuesto por trece cuadros de Hopper, que siguen una línea temporal desde los años 30 hasta los 60. Cada cuadro representa un fragmento de la vida de Shirley, y su interpretación como microrrelatos unidos por una progresión temporal es más acertada que su interpretación como una única historia que vincula todas las pinturas, ya que varios de los cuadros resultan algo descolgados de la trama.
Paradójicamente, la obra de Hopper, que tanto reconocimiento llegó a tener después de su muerte (hacia mediados de los 60), vuelve a resultar de actualidad. El tema de la soledad de la vida contemporánea estadounidense sobre el que trabajo Hopper, y que muchos vincularon con las prácticas del aislacionismo norteamericano, vuelve a cobrar peso si ahora lo vinculamos con la pérdida de la cercanía en las relaciones personales, resultados de las redes sociales.
Este pensamiento me abordó una vez terminado el visionado de ‘Shirley. Visiones de una realidad’. Y así, cuando salí de la sala empecé reconociendo en el carmín rojo y en el sonido de tacones los reflejos del arte de Hopper. En seguida esta visión abarcó mucho más: todo reflejo o gesto de cualquier persona evocaba una estética íntima que relacionaba con cualquiera de los cuadros del pintor norteamericano. En el metro me sentí parte del cuadro representado en la primera escena, “Chair Car” (1965); aislando la estética de los viajeros del vagón intenté reconstruir los retratos de la soledad del hombre contemporáneo de Hopper.