Se acomoda en la cartelera la nueva película de Ari Folman, ‘El congreso’, una reflexión inspirada y audaz sobre el futuro del cine en Hollywood y sus consecuencias.
Sinopsis de la película ‘El congreso’ de Ari Folman
Una estrella de Hollywood de capa caída, Robin Wright, es tentada para que firme con Miramount un contrato por el cual cede su imagen escaneada a cambio de una importante suma de dinero y de la promesa de que el personaje permanecerá eternamente joven en todo tipo de películas, incluyendo las rechazadas durante su carrera. Veinte años después es reclamada a un extraño y animado congreso para actualizar su contrato.
Crítica de la película ‘El congreso’ de Ari Folman
No es de extrañar que el cuadro que aparece colgado en un pasillo sea Saturno devorando a sus hijos de Goya, dispuesto casi imperceptiblemente mientras la Robin Wright animada deambula por un pasillo en el segundo bloque de la película. El congreso es arriesgada, no solo en su estética, desarrollo y por mezclar realidad y fantasía de la forma en que lo hace, también lo es por poner en evidencia las prácticas inhumanas, devorando a sus creaciones al máximo, que llevan a cabo los grandes estudios de Hollywood. Ari Folman nos plantea sutilmente, no es necesario alardear para poner el dedo en la llaga porque la creación artística no tiene que ser siempre un púlpito, unas cuantas cuestiones de corte existencial necesarias: ¿cuál es el futuro del cine?, ¿ realmente es tan importante el trabajo de un actor-estrella?, ¿todo vale para conseguir la fama, la aparente inmortalidad?.
La nueva película de Ari Folman tras su inquietante ‘Vals con Bashir’ (2008) nos abre a un hipotético futuro en el que las grandes estrellas del cine dejan de ser necesarias en detrimento de su imagen escaneada, tras la firma fáustica con un gran estudio, en el film se trata de Miramount, fusión entre Miramax y Paramount, que les asegura la inmortalidad y el control en sus carreras plagadas de errores motivados por sus inabarcables egos. Una de las grandes secuencias de ‘El congreso’, y nos atrevemos a afirmar que de la última década, es la del escaneado, con un siempre genial Harvey Keitel elaborando un acertado monólogo para motivar a la asustada y acorralada Wright. El sonido, la fotografía y la música enaltecen, evaden y preocupan, haciendo que la escena, por sí sola, valga toda la película. Como siempre la realidad avanza unos pasos más allá y provoca zozobra las afirmaciones de su director en las que señala que la máquina de escaneado existe y funciona a pleno rendimiento, es decir no se trata de un decorado ni de una realidad vagamente alcanzable algún día, si no que es un hecho el que cada vez más se sustituya el trabajo de actores, digamos de carne y hueso, por un holograma perfectamente nítido de los mismos. Una de las grandes ideas que subyacen en el film es que por mucho que nos resistamos hoy por hoy se impone la dictadura de la tecnología, que mal controlada puede pasar por encima de las pasiones y pulsiones humanas.
‘El congreso’ está libremente inspirada en el libro de Stanislaw Lem, autor de Solaris, ‘El congreso de futurología’, sin embargo la influencia del escritor polaco se observa más detenidamente en el segundo boque de la película. La primera parte rodada en acción real, casi documental, se centra en la decisión de Robin Wright, que se interpreta a sí misma, para ser sometida a un escaneo con el fin de reconducir su carrera, paradójicamente, sin contar con ella. Recordada actriz por ‘La princesa prometida’ ( The Princess Bride, Rob Reiner, 1987) o ‘Forrest Gump’ ( Robert Zemeckis, 1994), ante un futuro incierto en su trabajo, rondando la cincuentena, con un hijo que poco a poco pierde facultades auditivas y un representante extremadamente duro, pero realista, con Robin al cual interpretaHarvey Keitel.
Otro de los grades momentos de ‘El congreso’ es su arranque filmado con un travelling de alejamiento, llevando a la práctica tan vital elección. Toda esta parte se centra en la reflexión global sobre el temor a un futuro incierto plagado de sobredosis de imágenes y en otra particular sobre qué destino deparará al cine despojado de toda participación humana, no solo de los actores, también del trabajo de técnicos y creativos. En suma todo será una gran mentira en la que el individuo podrá vivir evasivamente su vida. Folman tira de cierta simbología para apuntar sus anhelantes argumentaciones, un tempo interno muy acertado que no disminuye la intensidad de los planos y de la narración, y una buena dirección de actores. Robin Wright introducirá ricos matices en su personaje, ella, que no deja de ser una autoparodia. El resto un acertado casting de secundarios con los trabajos serios e inspirados de Keitel, Paul Giamati y el diabólico Danny Huston.
Empero la segunda parte en la que prima la acción animada el guión y el hilo conductor de la historia se vuelve más farragoso, lo que provoca en el espectador una fatiga producida por la confusión y, muchas veces, el cansancio, causado por una narración demasiado intrincada, y por último, originando falta de interés. No obstante este segundo bloque, el más arriesgado y experimental, acentúa nuestros sentidos. Tomado en su totalidad Folman no deja de espolear todos los miedos e interrogantes que llevamos anidados en el alma: el precio de la fama, la muerte, el totalitarismo tecnológico, el dolor a la realidad y elegir el camino de la evasión, que un individuo fatuo escoja la vida de su mito. Se le puede acusar al director que en ciertos momentos utilice subterfugios banales (la pócima, las pastillas) para ir de un lado a otro de la existencia, pero eso es una lectura muy superficial, se ciñe a mostrar más que demostrar, no deja de ser un experimento, conocer las reacciones del público ante la conversión de los personajes principales en figuras animadas. En esta parte psicotrópica las influencias cinematográficas desde Kubrick a Yellow Submarine (George Dunning, 1968) o Pink Floyd The Wall (Alan Parker, 1982) son evidentes.
Tan sólo señalar que las secuencias animadas primero se grabaron con los actores protagonistas y posteriormente fueron realizados los dibujos a mano homenajeando, llevado por un espíritu nostálgico del lapicero, sobretodo al trabajo de los hermanos Fleischer autores de los primeros Popeye, Betty Boop o Superman. La banda sonora neoclasicista del alemán Max Richt, incluyendo canciones de Leonard Cohen y Bob Dylan interpretadas con un estilo trágico por Robin Wright, apostillan el genial trabajo de Yoni Goodman.