Bliar Witch, la misma película casi dos décadas después, entretiene igual que entonces con ligeros matices del mismo terror que la hizo famosa
Crítica de la película ‘Blair Witch’
Sigue siendo la misma película que pudimos ver en 1999, esa de la bruja en el bosque, esa que se llamaba Blair Witch Proyect en versión original. “El Proyecto de la Bruja de Blair” ganó unos cuantos premios en distintos festivales como en Cannes o Sitges -y en los infames Razzies se llevó premio a peor actriz- y es reconocida por ser la pionera en usar eso que ahora se llama “found footage” o lo que viene a ser lo mismo, “material de grabación encontrado”. Una peli hecha por tres duros (casi literalmente) y rodada con lo puesto, lo que viene a ser una cámara de las gordas y una doméstica, de esas de cinta, que cualquiera podía tener en posesión o prestada.
De aquella, la historia, unos chavales que se iban al monte a grabar sobre unos misteriosos asesinatos inducidos por las leyendas de una bruja local, era lo de menos. Lo que valía la pena eran los sustos, las carreras, los momentos de ruidos extraños y alguna otra inteligente escena que lograba poner los pelos de punta. Además en aquella época en que internet iba a pedales en España, era bonito descubrir cómo La Bruja de Blair se hacía hueco entre las leyendas populares de los jóvenes que afirmaban que lo exhibido era real. Pero lo único real era que la historia importaba tan poco -dentro y fuera de la proyección- que cuando acababa la atracción “del tren de la bruja” la mayoría de las reacciones del público era hacer una pregunta: “¿Ya está?”. Y sí, sí que estaba. Pero bueno, el propósito, el de dar “miedito”, lo cumplía.
Dieciséis años después se vuelve a hacer la misma película con medios actualizados, nuevos personajes y presupuesto renovado. Todo con idéntico espíritu a la original. Ahora hay tropecientas cámaras -cámaras de acción en plan Go-Pro para cada uno de los protas, una cámara de fotos digital, una de cinta para los nostálgicos, un dron…-; los nuevos personajes son parientes de los desaparecidos dieciséis años atrás; y el presupuesto, de 5 millones de dólares, recuerda al paupérrimo de 60.000 dólares con el que petaron los bolsillos de dineros con una recaudación mundial hasta el día de hoy de casi 250 Millones de dólares. Por no innovar, no han cambiado ni el nombre de la película: Blair Witch.
¿Qué decir de un producto que es la misma película? Pues que ahora se ve algo mejor, que introduce algunos elementos para jugar al despiste -atención a “la nada” que aporta el personaje que se lesiona-, que parece querer aportar algo nuevo al trasfondo, y que cuando acaba, uno se queda haciendo la misma pregunta que todo el mundo se hacía hace casi dos décadas: “¿Ya está?”.
Sin embargo -y aquí va la zanahoria- de tan parecida que es, no decepcionará ni siquiera a los que quieran volver a repetir la experiencia cinematográfica de revivir “El Proyecto de la Bruja de Blair” en el cine. Estos, que ya saben a lo que van, es probable que les encante cualquier nuevo aporte, por pequeño que sea. Y los que nunca hayan visto la película, los jóvenes de ahora que serían incapaces de creerse la historia de la mermelada de Riky Martin -pero que se comen dobladas las noticias de webs “nisu”-, apreciarán la atracción de feria que es -sobre todo al final- y que siempre será -por lo visto ya dos veces-, la Bruja de Blair. Y esto se lo debemos claramente al fantástico tándem formado por el director Adam Wingard y el guionista Simón Barret (You are the next 2012) dos artistas capaces de reinventar una película sin inventarse prácticamente nada.