Fernando González Molina vuelve a embarcarse en un proyecto romántico protagonizado por Mario Casas. Palmeras en la nieve, adaptación de la novela de Luz Gabás, ofrece un marco tan interesante que parece desaprovechado.
Crítica de la película “Palmeras en la nieve”
El marco histórico se come a la trama principal, las aventuras de Killian (Mario Casas) en África descubiertas por su joven sobrina más de medio siglo después. Guinea Ecuatorial es un país totalmente desconocido para los Españoles y más aún para sus jóvenes que a penas tienen oportunidad de conocerlo gracias al deficiente sistema educativo. En los libros de historia (quien elige estudiarla) a penas se referencia como una colonia española negociada a los portugueses en este o aquel tratado de 1777 y que se perdió (bueno, que se ganó su independencia tras referéndums y caña de la ONU) en 1968.
Totalmente olvidada, nadie sabe a penas nada de aquella colonia. Aunque algunos después de ver esta película, puede que se les ilumine la cabeza y les de por relacionar la letra de la canción “Yo soy aquel negrito del África Tropical (justo donde está Guinea) que cultivando (cacao a base de palos) cantaba la canción del colacao” con aquella. Lamentablemente para todos, en esto y poco más se quedará el trasfondo: en relacionar datos y en descubrir de manera superficial aquellos conflictos que todos esperamos ver en una colonización basada en la explotación agrícola.
La película es entretenida y lo suficientemente atractiva como mantenernos interesados en el desarrollo de las desiguales tramas paralelas. Por un lado nos encontramos a Killian en los últimos años de su vida: un anciano (el desaprovechado Celso Bugallo), que balbucea palabras ininteligibles; y por el otro, al mismo Killian de mediados de siglo XX, narrando sus aventuras como capataz de una explotación agrícola de cacao en la isla de Bioko, Guinea ecuatorial. Su sobrina, Clarence (Adiana Ugarte) será la responsable de reconstruir su pasado por medio de sus cartas, diarios y documentos para tratar de encontrar aquella persona de la que habla, no vaya a ser que se quede fuera de la herencia. Así Clarence hará un viaje en el tiempo y real en el espacio, al desplazarse a Bioko para desvelando el pasado de su tío.
Una idea apasionante que se lleva a cabo de manera precipitada y sin apenas justificación aparente, pues todo parte de un trozo de papel en el que apenas hay unas palabras escritas. El personaje de Clarence (que no la fantástica actriz Adriana Ugarte), tiene tan poca sangre que resulta complicado entender las mayorías de sus decisiones, en ese y durante toda la película. Pero bueno, así deja bien claro que es pariente de su tío Killian, otro insulso personaje que avanza a trompicones en la linea temporal cuyo intérprete solo parece reaccionar en las escenas de mayor carga emocional o acción física.
El director Fernando Gonzalez Molina hace un trabajo sobresaliente para dando forma al desdibujado guión de Sergio G. Sánchez, que seguro debió hacer un titánico trabajo a la hora de adaptar la novela original de Luz Gabás. La película tiene un tono homogéneo y claro. Todo está meticulosamente estudiado, los planos, el color, las escenas, para que logre ser interesante y atractiva, haciendo que el espectador se sienta partícipe de las aventuras de las dos líneas temporales, aunque no logre entender muy bien por donde van los tiros ya que hay demasiada información que desdibuja el romance, supuesto tema principal.
Eso sí, Berta Vazquez (Bisila), es el gran descubrimiento de la película. Sincera, enigmática, interesante, Berta es una actriz que acepta los desafíos y no tiene miedo a enfrentarse a retos, como el de incorporar en su trabajo un idioma que le es totalmente desconocido con tan fantástico resultado. Puede que sea la ilusión de los primeros trabajos, pero actrices con mucho más callo, como Clara Lago, ni siquiera son capaces de mantener un acento regional en Ocho apellidos Vascos, como es el vasco. Este es un ejemplo que parece nimio, pero que en realidad puede condicionar para bien o para mal el resultado final.
Los personajes de Jacobo, hermano mayor de Killian y padre de Clarence (Alain Hernández), Julia (Macarena García) y Manuel (Daniel Grao) son un lastre para la historia debido a que su trama no aporta nada relevante al desarrollo de la película. De hecho, el personaje de Daniel Grao, así como otros secundarios que se presentan en la película, aparece y desaparece de forma abrupta y continua, presentándose en los momentos justos en los es imprescindible su palabra. Casi parece que producción estuviese recortando sesiones al actor. Por otro lado, la siempre atractiva Macarena logra protagonizar escenas emotivas y bellas pero que solo sirven para pintar un poco más el trasfondo. Alain Hernández… el personaje de este hombre se mueve entre dos aguas, entre el trio amoroso formado por estos tres personajes y sus intervenciones como el hermano de Killian, sin que los resultados de las primeras logren afectar lo suficiente los de Killian. Que sí, que se ve, que escrito está, pero al igual que al espectador no logra engancharse con la situación de conflicto por la independencia de Guinea Ecuatorial, tampoco consigue afectarse por sus desventuras. Estos tres podrían haber dado mucho juego si Palmeras en la Nieve se hubiera pensado como serie… pero de esta forma lo único que consiguen es meterle minutos a la película.
Palmeras en la Nieve tiene mucho de todo. De historia, de conflictos, de amor, de tradiciones desconocidas, de viajes, de aventuras, de desamores, de traiciones, confesiones, secretos, pasiones, intrigas… Tanto que a nivel narrativo es un sin Dios lograr orquestarlo de forma que todos los cabos queden atados, tengan sentido y aporten lo necesario. Es innegable que Palmeras en la Nieve es una buena película formada por un gran equipo, un gran reparto y unos grandes medios, pero el guión no funciona tan bien como cabría esperar sin que por ello llegue a desmerecer en absoluto.
Bien merecidas son sus cinco nominaciones a los Goya a Mejor Canción original, dirección de producción, dirección artística, diseño de vestuario y mejor peluquería y maquillaje, pero sin duda se han dejado fuera categorías como, mejor dirección (Fernando Gonzalez Molina), mejor fotografía (Xavi Giménez) y algún que otro nominado al reparto o protagonista, como podría ser el de Berta Vazquez.