Lo que en apariencia promete ser un paseo reposado, inspirador, de tono aséptico y sosegado, terminada siendo un viaje zozobrante, que fluctúa en las aguas insondables y abismales de lo que no se ve pero se intuye; la silueta de esa ballena de 30 metros que pasa por debajo del casco mientras cruzamos los dedos para que no nos embista. Llega a nuestros cines, la nueva película de Mia Hansen-Løve, cuyo talento, y ausencia de complejos para exprimirlo hasta sus últimas consecuencias, no parece tener límites. Le estamos agradecidos por ello.