Entrevistamos a la directora Anna Muylaert por el estreno de su película “Una segunda madre”. Una cinta que le ha llevado a recoger premios en dos de los festivales de cines más importantes, Sundance y Berlín.
- ¿Cómo encontró el equilibrio entre la inspiración y la técnica, en cuanto a la escritura para esta “Una segunda madre”?
Buena pregunta… soy guionista también además de directora y he escrito mucho para otras personas y trabajos para televisión. Me encanta la estructura dramática y las técnicas de escritura, y la he estudiado mucho en los trabajos de Billy Wilder o Kubrick, en los que es algo muy matemático. Pero la escritura sin pasión no crea nada. Esta película me ha provocado una lucha muy larga para poder encontrar el final y la historia que yo quería contar, y eso no trata tanto de técnica como de locura. Antes de empezar a filmar, seis meses antes, [el personaje de] Jéssica iba a llegar a la ciudad para cumplir un destino cliché: quería ser peluquera, llegaba a Sao Paulo, se hacía niñera… pero quería sacarla de ese destino fatal. Me encerré en casa durante unas semanas porque tenía la necesidad de decir algo diferente, de tener la oportunidad de decirlo con una actriz excepcional además. Se me ocurrió esa idea de que Jéssica fuera a estudiar arquitectura, con ese sentimiento de ciudadanía, y que fuera un poco a romper esas reglas invisibles que se hacen visibles. La idea también se basa en el cuento Casa Tomada de Julio Cortázar que me dio mi directora de fotografía, y sigue un poco esa misma estructura de “invasión para luego expulsión”. Así que en dos semanas ya tenía la historia. Pero luego, a través de la técnica, fue cuando fui siguiendo esa estructura de: primero la habitación, luego la mesa en el salón, y finalmente seguir un guión más matemático. También surgió que vi la película Teorema, de Pasolini, que sigue también esa estructura y conseguí hacer un total equilibrado.
- La puesta en escena está muy meditada, por ejemplo con el valor simbólico de la piscina o en el retrato de la familia burguesa, a la que no se ve en primer plano hasta que Jéssica aparece. ¿Te regías por la intuición o contabas con algún referente visual para narrar de esta manera?
Lo que yo hago podrían llamarse “demopelículas”, parecido al proceso demotech en la música en el que grababan un disco en un día. Yo grabo en dos días o menos porque cuando estás grabando tienes la presión del tiempo, del dinero… de cien personas alrededor y es difícil conectar con el trabajo. Así que antes voy sola con los actores, con mucha más libertad, para buscar el plano adecuado. Por ejemplo el plano del salón desde el punto de vista de la cocina, detrás del frigorífico, desde donde no ves todo lo que pasa… La inspiración también viene de la película El Custodio, de Rodrigo Moreno, con la que comparto la directora de fotografía. Es sobre un guardaespaldas del Ministro al que va siguiendo siempre la cámara y que cuando llega al despacho y se cierra la puerta la cámara se queda fuera. Todo eso cambia con la llegada de Jéssica: hasta entonces era una cámara política que mostraba una realidad que no se acaba de ver bien. Yo nací en el salón y conseguir el punto de vista de la cocina unos días antes [de rodar] me produjo una gran satisfacción: por primera vez veía el punto de vista de la empleada, lo patético de esa situación, y eso me produjo muchas emociones. Por eso con la llegada de Jéssica la cámara se traslada al salón.
Tiempo de la roundtable con medios web. Anna Muylaert sigue contando cosas de #UnaSegundaMadre, que estrenamos el 26 pic.twitter.com/1fM1RTpJyS
— Caramel Films (@CaramelFilms)junio 19, 2015
- Existe una teoría que establece que los errores que comete una persona en el pasado se trasladan de generación en generación. ¿Está inspirado en ello tus personajes, que parece que acaban por cometer los mismos errores?
Sin duda. Esa estructura ya viene de todo el periodo colonial, del periodo de esclavitud, y nunca se ha cerrado. Así como en EE.UU. ha habido un racismo incluso mayor, también ha habido un contrarracismo muy fuerte que lo ha hecho visible y, por tanto, más fácil de combatir. Pero en Brasil el racismo, que está relacionado con todo el problema social porque la mayoría de la población es negra y pobre, siempre ha estado disfrazado y no se ha podido combatir. Ha sido mucho más difícil. Existen unas reglas más o menos educadas: la señora siempre da un beso [a la criada], le llama querida… parece que son casi iguales, pero están esas reglas invisibles que vienen de ese pasado.
En Brasil esta película va a causar malestar y vergüenza porque nadie habla de las reglas, pero es la primera vez que [los espectadores] entienden y ven algo que ellos hacen normalmente. Allí ha habido pocos pases, pero al terminar uno, una amiga me dijo: “Tu película es buenísima, pero tengo que irme a casa porque necesito hablar con María”. Vio en la película cosas que antes no percibía.
- ¿Y a nivel más individual? En la película “Una segunda madre” parece que los errores de una madre también los comete la hija.
Eso se trata de otra cuestión más relacionada con el psicoanálisis, y la película está más centrada en reglas sociales, pero es interesante. Una amiga bióloga me comentó una vez que, así como una madre pasa los problemas y soluciones a su hijo, en biología se dice que el cerebro no está formado hasta los cinco años de edad, cuando se completa un proceso como de “poda”. Los padres son los que se encargan de alguna manera de podar el cerebro dejándolo condicionado y aprisionado también capacidades. Así es difícil años más tarde poder cambiar a nivel estructural socialmente. Pero la película no habla de eso.
- ¿El personaje de Jéssica representa a la nueva Brasil o más bien a la Brasil que desea Anna Muylaert?
Los dos. Brasil siempre ha estado gobernado por ricos desde que llegaron los portugueses. Los presidentes siempre han pertenecido a la clase alta aunque fueran de izquierdas, como en el caso de Fernando Henrique Cardoso -que era rico-, hasta la llegada de Lula, que fue la primera vez que alguien de la clase baja llegaba al poder. Lula llevó a cabo muchos cambios, otros se quedaron porque no dio tiempo y no se pueden hacer milagros, pero uno de los cambios importantes fue el cambio de la “autoimagen”, la mejora de cómo se veían los brasileños. También consiguió acabar con el hambre a través del programa Hambre Cero, pero sobre todo consiguió crear el sentimiento de ciudadanía, y Jéssica es un poco el retrato de ese cambio. Pero podría decirse que Jéssica también va más allá. Sería un poco la utopía.
- La película “Una segunda madre” está narrada en base a unos elementos muy locales, como son el empleo de un determinado dialecto y el retrato de una determinada realidad brasileña. ¿Le sorprendió la acogida en Sundance o Berlín, que se entendieran como universales los problemas que trata el film?
Sí. Cuando iba a Sundance dudaba de si entenderían la historia, aparte de los detalles de la lengua que eran más difíciles de comprender. Pero tenía miedo de que no se entendieran situaciones como cuando Fabinho va a dormir a la habitación de Val, de que pudiera malinterpretarse. La verdad es que en Europa, en Berlín y en otros países donde ya se ha estrenado [la película], la discusión se ha ido ampliando desde la primera cuestión de la empleada local, hasta llegar a debatir sobre las relaciones de poder, que existen en todos los lugares. Incluso en el avión hay sitios en los que no puedes entrar dependiendo de lo que pagues, así que me sorprendió y me gustó que la película fuera el inicio de una discusión mayor más general y mucho más importante.