La última obra de Olga Alamán comienza su recorrido por festivales de todo el mundo. LOVF presenta el retrato de una generación -nuestra generación- sumergida en la cultura de lo inmediato y en la que el arraigo emocional se limita a deslizar el dedo de una dirección a otra en la pantalla del teléfono móvil.
Una romántica escena en una piscina. Una pareja treintañera juguetea apasionadamente en el agua. En la siguiente escena, ya en la cama, culminan lo empezado. Al terminar, en un inesperado arranque emocional, ella (María Maroto) le dice a él (Alejandro Tous) te quiero. Tras estas palabras, él se hace -literalmente- transparente y desaparece de su vista.
Así arranca LOVF, el último cortometraje de la actriz, directora y guionista Olga Alamán (ODOS, Mírame a los ojos). En él, mezcla el realismo social contemporáneo con un surrealismo irónico-cómico de lo más delicioso. Desternillante a la par que reveladora la escena en la que ella se mete en un congelador a la espera de un WhatsApp que tarda en llegar o el encuentro onírico con una imaginaria amante de su amante a la que no le falta detalle que dé cuenta de su perfección.
Los elementos formales del cortometraje son impecables: la exquisita banda sonora de Soledad Vélez, tan poco habitual y a veces maltratada en este tipo de obras, dota a la historia de una personalidad propia que, junto a la inteligencia a la hora de colocar la cámara, construyen un corpus audiovisual de lo más sólido a la hora de relatar un episodio común en la vida emocional de cualquiera que se atreva a buscar el amor en los tiempos que corren. Por otro lado, los efectos especiales y el grafismo proveen un cuidado estético que correlata una vez más aquello mismo de lo que nos habla Alamán desde diferentes lenguajes: el uso de lo superficial como herramienta para esconder lo que subyace tras él.
LOVF habla de las inseguridades, de las falsas ilusiones, del ghosting, de la necesidad de ser aceptado, del miedo al rechazo, de la obsolescencia programada de los sentimientos en la era digital, de la difícil tarea de hacer encajar dos piezas de universos diferentes. Habla, en definitiva, de la inmensa soledad que supone el frío tacto de la pantalla de un teléfono móvil y de la impotencia por la falta de control a la reacción de la otra parte del proceso comunicativo.
¿O no?
Esta entrada fue modificada por última vez en 18 febrero, 2020 15:59
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