Aprovechando una franquicia respetable a nivel comercial, Adrian Grunberg y Sylvester Stallone han realizado una de las peores películas del año: La última película de Rambo. Violencia gratuita, drama estereotipado y clichés para una obra más cercana al telefilm que a la narrativa cinematográfica. ¿Compartirás nuestra opinión de Rambo: Last Blood?
El ex-soldado John Rambo (Sylvester Stallone), veterano de la guerra de Vietnam (1955-1975) pasa la vejez en un rancho de Arizona con su familia. Aún no ha superado el síndrome de Vietnam, los recuerdos siguen torturando su perturbada personalidad. Cuando su sobrina (Yvette Monreal) decide ir a la frontera mexicana en busca del padre que la abandonó de niña, una banda de mexicanos dedicados a la trata de personas la raptan para prostituirla. Rambo acude en su rescate para enfrentarse a los hermanos Martínez. (Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada).
Viendo “Rambo: Last Blood“, no sorprenden las declaraciones de David Morrell, autor de la novela “First Blood” (1972), en la que nació el personaje de John Rambo y a partir de la cual se creó la saga de películas, en las que asegura que está: “de acuerdo con las críticas negativas de Rambo: Last Blood. La película es un desastre. Estoy avergonzado de tener mi nombre asociado a ella”. La cinta de Adrian Grunberg es un absurda apología xenófoba; carnaza cruel de violencia inusitada al servicio de un gore desagradable y ramplón, con un guion que parece escrito por adolescentes.
Nada tiene sentido en en esta última película de Rambo, no funciona como drama, por lo exagerado y forzado de sus personajes, no funciona como película de acción, que ante la actual correción política del género se echa a perder en un desenfrenado e insustancial gore descontextualizado, y tampoco funciona como cine exploitation, por sus incoherentes planteamientos carentes de ética y repletos de clichés, racismo y apología de la violencia. Ninguno de sus planteamientos funciona y está lejos de entretener a aquellos que buscan desconectar de los problemas delante de una pantalla de cine. David Cronenberg criticaba la idea del cine como entretenimiento de una forma muy acertada: “Un entretenedor quiere darte exactamente lo que quieres. Un buen entretenedor te da lo que tú no sabes que quieres”. Rambo: Last Blood, te da algo que no te esperas y que sabes que no quieres.
El citado cineasta también hablaba sobre el funcionamiento de los recursos narrativos: “que son de “pulsar botones”; se pulsan los botones idóneos y las lágrimas se ponen a correr, como con los perros de Pavlov, salvo que en lugar de obtener saliva , son las lágrimas”. Esto sirve para explicar la débil y obvia narrativa relacionada con la parte del drama. Los personajes no causan empatía, no me identifico con el sufrimiento de los personajes, ni con sus problemas, todo es forzado y previsible. En “Acorralado” (1982), película muy respetable, que forma parte de la cultura pop y que representaba acertadamente la vuelta de los soldados de la guerra de Vietnam, su aislamiento y el desprecio de su país hacia ellos, teníamos un buen personaje. Un personaje prácticamente sin diálogos, que me convencía en su sentido cinematográfico, a pesar de mostrar mensaje en exceso conservador. En Rambo: Last Blood, el personaje es una burda imitación de sí mismo. El guion carece de originalidad en todos los sentidos, dedicando incluso el clímax a imitar las trampas que el personaje utilizaba contra sus perseguidores en los bosques de Hope en”Acorralado”. Vuelven el arco, las estacas y el machete.
La narrativa de Rambo: Last Blood propone un pecaroso colofón a una saga cuyo único interés radica en su primera película. Tengo la impresión de que Cirulnick y Stallone, guionistas de la misma, consultaban a Trump a la hora de escribir la historia, mientras el presidente proponía construir el muro en México. El racismo que rezuma, su pomposidad y la exageración que sin pretenderlo se convierte en cómica dejan mucho que desear. A nivel narrativo está concebida como un Western y dividida en tres claros actos, siguiendo la fórmula tradicional. Es en el tercer y último acto, correspondiente a la última media hora de película en la que el gore artificioso y violento toma la pantalla, reafirmando una película completamente desagradable.
Lo único interesante de esta cinta es la música, pero llama más la atención por estar inmersa en un fúnebre ejercicio cinematográfico. Las interpretaciones son más de lo mismo. El héroe, interpretado una vez más por Stallone, deja ver a un actor que ha perdido la poca magia que tuvo en los 80 con producciones interesantes como Rocky (John g. Avildsen, 1976) y sus antagonistas, en la piel de Sergio Peris-Mencheta y Óscar Jaenada, no son más que estereotipos repetidos hasta la saciedad en el cine y que no parecen desear más que imitar burdamente al Pablo Escobar de la serie Narcos (2015). Paz Vega toma el arquetipo de la periodista, que es siempre interesante, para crear hilos narrativos secundarios, pero le ocurre lo mismo que a los otros dos actores de nuestro país: forzada, poco natural y estereotipada.
El lado experimental y la libertad de decisión creativa de los 70 creó genios como Scorsese, Spielberg, Peckimpah o Brian de Palma; los 80 trajeron el nuevo paradigma de hombres musculosos con Rocky, Conan, Harry el Sucio o Terminator, y entonces tuvo un sentido aunque sólo fuera comercial. Hoy en día este cine está fuera de lugar, dudo mucho que los nuevos re-makes o reboots de estas películas traigan nada bueno.
Esta entrada fue modificada por última vez en 29 septiembre, 2019 23:02
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Me pareció muy simple se parece a búsqueda implacable,mucho menos que lo hayan golpeado y marcado la cara , se supone que el es más astuto , para que lo hubieran golpeado de esa forma. Lo único bueno fue la música y la acción , al momento de la venganza , el final fue lo bueno ,para ser su última película debió ser mejor.