Con un guión irreverente de talante vitriólico; obsesivamente neurótica, y una propuesta narrativa tan sencilla como estimulante, llega a nuestros cines la anti-comedia romántica La boda de mi ex. Más cerca del artefacto cinematográfico que de los cánones propios del género. Toda una sorpresa, vaya. Un placer inconfesable. Tranquilo, quedará entre nosotros ¿vale? No se lo contaremos a nadie.
En el transcurso de una boda, Lindsay (Winona Ryder) y Frank (Keanu Reeves), dos cuarentones más quemados que la moto de un hippie, se conocerán. ¿Triunfará el amor a pesar de la mochila tan grande que cargan a sus espaldas?
Vamos a dejar de lado la sapiencia adquirida, la sabiduría parda que la vida – así en general – y los domingos lobotomizados viendo Antena 3, con la baba recorriendo nuestro torso en camiseta de tirantes, cerca de llegar ya al ombligo, nos ha otorgado para rechazar con aversión “las comedias románticas”; una animosidad somatizada en alergia, repulsa física, de esta clase de films de actores guapetes, de segunda línea, abocados a un olvido, a un descenso a la nada, a la desaparición del inconsciente colectivo, que por su lentitud desasosegante bien parece un castigo kármico antes que un destino ineluctable. Olvidémoslo ¿Ok? Olvida también el maquillaje incapaz de ocultar unas arrugas que parecen navajazos. La boda de mi ex está de puta madre. ¿Por qué? Para empezar toma como eje vertebrador la máxima de: “No lo digas, muéstralo” O dicho de otro modo, la estructura de la cinta se fundamenta en un vórtice – agotador en algunas ocasiones – de conversaciones plagadas de subtexto entre unos protagonistas sumidos en una depresión abisal, en un abismo de neurosis, resabíos y manías descacharrantes que sortean – y parecía difícil de primeras – la mera caricatura, interpelando al espectador, generándole bastante incomodidad y risas esquizoides, sardónicas .
La boda de mi ex, a medida que avanza, acaba tornándose en una diatriba alegórica a los problemas de un primer mundo en franca decadencia; un guión que un Woody Allen con cuarenta años menos podría haber firmado – y esto ya de por si conlleva una carcajada amarga implícita -.
Pero lo que realmente provoca que La boda de mi ex adelante – por la zona sucia, claro – a todos los rivales de su misma categoría, es la dirección de Victor Levin: planos estáticos, largos, siempre con algún objeto manchando el cuadro en primer término buscando deformar, generar una atmósfera fosca, bastarda, voyeur, de delectación prohibida o placer encubierto.
Entiendo que pueda avergonzarte comprar una entrada para ver La boda de mi ex. Nadie es perfecto. Todos somos humanos hasta que digan lo contrario. Pero si por circunstancias que no entraremos a valorar no puedes evitar, ya sea por pareja/familiares/amigos, entrar al cine a ver esta película, sonríe con disimulo y déjate llevar. Estás a punto de ver una de esas joyitas infravaloradas que solo el tiempo y el boca a boca serán capaces de restituir y poner en su lugar. Disfruta.
Esta entrada fue modificada por última vez en 5 abril, 2019 20:22
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Estoy de acuerdo contigo. Me encanta su satira cruda y despiadada acompañada por esos rostros amocionales. Con una verborrea que te obliga a reir sin querer y a cuestionar el por qué. Me encanta ese keanu de peliculas de acción inmerso en planos tan estáticos. Gracias por presentar con esta peli un inteligente humor.
Estoy de acuerdo contigo. Me encanta su satira cruda y despiadada acompañada por esos rostris amocionales. Con una verborrea que te obliga a reir sin querer y a cuestionar el por qué. Me encanta ese keanu de peliculas de acción inmerso en planos tan estáticos. Gracias por presentar con esta peli un inteligente humor.