Dirigida y protagonizada por la estrella nigeriana Genevieve Nnaji, Netflix estrena Lionheart, una película pequeña dispuesta a romper los clichés asociados al cine gestado en el continente africano.
Dirigir una compañía puede resultar un verdadero reto, especialmente si eres una mujer en una industria dominada por hombres. Buscando la oportunidad de probar su valía, Adaeze afrontará este desafío cuando su padre se vea forzado a dar un paso atrás debido a problemas de salud.
Resulta un hecho innegable que la expansión de contenidos a través de las plataformas VOD, ha posibilitado el acercamiento de los espectadores a producciones cuyo origen se desmarca de los preponderantes mercados estadounidense y anglosajón. Dicho esto, no es menos cierto que estos productos de procedencia, podríamos decir, más exótica, presentan unas características formales y de estructura bastante familiares para el espectador medio. Es decir, Lionheart es una producción nigeriana, aunque bien podría pasar perfectamente por una comedia del subgénero “familias” realizada en Hollwood.
Este alineamiento de roles cinematográficos tiene, a su vez, reflejo en la propia trama de la película, trayendo a colación una porción de África distinta a la que podemos estar acostumbrados; urbanita y carente de exotismos. Lionheart nos acerca a la vida de las familias pudientes de Nigeria, cuyos hijos han gozado de la oportunidad de estudiar en EEUU para, a su vuelta, invertir lo aprendido con el objetivo de contribuir a la generación de riqueza de su país. Aunque para ello, deban verse obligados a ir acompañados de escolta cada vez que abandonan sus fuertemente custodiadas urbanizaciones.
La película se sustenta sobre los hombros de su personaje protagonista, Adaeze, la hija y mano derecha del dueño de la empresa de transportes Lionheart, y cuya valía y compromiso para con el negocio resulta inquebrantable. Nnaji compone un retrato creíble, cercano y templado que le sienta estupendamente a un film de tales hechuras. El otro elemento clave del film es la relación que se establece entre la propia Adaeze y su tío Godswill; una relación cálida y mesurada, pero muy divertida por sus enormes contrastes. Sin duda, las tribulaciones compartidas por tío y sobrina nos regalan los mejores momentos del film. Godswill es interpretado por Nkem Owoh, quien perfila un personaje optimista y lleno de carisma, sin el cual esta película no funcionaría nunca del modo en que lo hace.
Pese a su guion sorprendentemente amable, carente de explosiones argumentales o aristas narrativas, el film transita firme sin despeñarse hacia una ñoñez almibarada; eso sí, es de recibo resaltar que alguno algún giro de su tercio final juega muy al límite.
En resumen, una película pequeña y entrañable, cuyo guion nos habla de feminismo, sí, pero también del modo en el que el mundo cambia, y la necesidad que se deriva de lograr que la coexistencia entre las maneras de hacer de siempre y las nuevas metodologías que tenemos a mano se den la mano. ¿Puede haber algo mejor que el éxito labrado a base de respeto mutuo?
Esta entrada fue modificada por última vez en 28 enero, 2019 20:10
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