Como casi siempre los planteamientos más sencillos son los que esconden las verdades más profundas y universales. Es el caso de Júlia Ist donde las problemas de una chica para aprender a vivir sola en un Berlín gris y desconocido atrae la atención, no solo de los que están en una situación similar, sino la de todos los que pasan en algún momento de su vida por un cambio relativamente profundo.
Júlia (Elena Martín) se marcha de Erasmus a Berlín. En su ciudad natal deja unos padres que la siguen tratando como una niña y un novio con el que no tiene más remedio que relacionarse a través de Skype una vez que cruza la frontera. En sus primeros días vive un infierno: no entiende la ciudad, ni la cultura, ni a sus compañeras de piso y mucho menos la universidad. Pero todo cambia cuando conoce a otra española que también vive allí y le abre las puertas de un grupo de personas y una ciudad que está deseando relacionarse con ella.
A nivel formal, la realización es austera pero no por ello ineficaz. Cada plano se imbrica en la situación psicológica de los personajes y a veces explica mucho más que las propias palabras. Por ejemplo, hay un plano en el que Júlia está comiendo un plato de espaguetis, sin salsa, y el encuadre lo dice todo, sin necesidad de un diálogo. Ni siquiera necesita una expresión facial. La directora nos deja a solas con un tiro de cámara y un plato de espaguetis para mostrarnos uno de los saltos más importantes en la evolución de la protagonista. Minimalismo elevado a genialidad.
Pero las gratas sorpresas no están solo dentro de la película y su impecable guión, sino también fuera. En primer lugar porque es una historia dirigida, coescrita y protagonizada por una mujer. En un mundo tan masculino como el del cine es una gran satisfacción encontrarse con que una directora encabece una obra como esta –sin contar el orgasmo que supone su más que merecido reconocimiento: Biznaga de Plata a mejor película y a mejor dirección Zonacine en el festival de Málaga–. Por otro lado, que sea autofinanciada y puesta en marcha por unos alumnos de comunicación audiovisual de la universidad Pompeu Fabra también es digno de celebrar. O más bien diría esperanzador ya que demuestra, una vez más, que el talento no tiene nada que ver con el presupuesto. Y que, dicho sea de paso, estos nuevos autores suponen un avance cultural apoyándose en una autorreflexión social que impregna todo su discurso artístico.
En definitiva, Júlia ist es una película iniciática que conforma el retrato de una generación de nativos digitales, de eternos Peter Pan y de ciudadanos globalizados. Menos mal que están surgiendo voces como la de Elena Martín porque a veces se nos olvida que ellos, por mucho avance tecnológico que les rodee, se enfrentan a los mismos problemas existenciales que atormentaron a generaciones pasadas.
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