El hombre que conocía el infinito asume la difícil tarea de contarnos la vida de uno de los matemáticos más importantes de las últimas décadas. Para ello, deja de lado la parte más tediosa de la explicación matemática y se centra en el drama personal de Srinivasa Ramanujan, un indio que debió superar los prejuicios ingleses y plantar cara a la comunidad universitaria con sus descubrimientos.
El guion se basa en la novela de Robert Kanigel, que adapta junto con el director Matt Brown. La historia se cuenta de una manera convencional, pasando por los momentos más importantes en la vida del protagonista, mostrando equilibradamente su contexto más familiar en La India junto con su vida profesional en Inglaterra. Si bien lo que cuenta no muestra ningún atisbo de novedad, sí que hay que reconocer que la vida de Ramanujan atrapa al espectador desde el primer momento. La ausencia de pertenencia y la adaptación a un mundo que guarda prejuicios hacia los “diferentes”, hacen que empaticemos con un personaje atormentado, a medio camino entre su genio matemático y el amor por la familia que dejó atrás.
La dirección de Brown se muestra excesivamente clásica, muy propia del cine británico, pero muy bien resuelta, narrando con paso firme en las grandes ligas donde debuta. Quizá su trabajo sea más agradecido en las partes que se desarrollan en La India, arropado por una interesante fotografía del genio Larry Smith, que ya deslumbró en títulos como “Solo Dios perdona” o “Calvary”, y que aprovecha el potencial de los colores propios del país oriental.
La película goza de un reparto excepcional con un Dev Patel que ha madurado mucho como actor desde los días de ‘Slumdog millionaire’; creando un Srinivasa Ramanujan que emociona y atrapa a partes iguales. Le acompañan un modélico Jeremy Irons como compañero de fatigas y mentor del joven descubrimiento y un comedido Toby Jones con su habitual buen hacer. También podemos disfrutar, en papeles menores, de Kevin McNally y el genial Stephen Fry.
El hombre que conocía el infinito (2016) es un ejercicio excesivamente sobrio que no aprovecha las posibilidades narrativas de contar los descubrimientos de su protagonista en materia matemática. Los responsables prefieren ofrecer un producto usual que sea entendido por todo tipo de espectadores, alejándose de sesudas reflexiones sobre teoremas y ecuaciones, que al fin al cabo son el legado de un talento que superó los prejuicios británicos y demostró que el analfabetismo y la pobreza son solo condiciones sociales. Un legado que es una verdadera lección de ciencia y de vida. Lástima que la suya durase tan poco.
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