Aunque hay que reconocer que Borja Cobeaga lleva años haciendo reír a costa de los problemas y particularidades del pueblo vasco (por algo ha sido guionista de Vaya Semanita u Ocho apellidos vascos), en su última película el director consigue dar, de forma victoriosa, un paso más allá al conseguir humanizar, sin caer en la banalización, las complejidades y el trampantojo que supusieron las negociaciones de paz de los años 2005 y 2006.