Marko (Lars Eidinger) está a punto de pasar con su hijo Zowie (Egon Merten) un fin de semana en casa de sus padres. El pequeño Zowie está encantado de ir al campo a ver a sus abuelos Gitte (Corinna Harfouch) y Günter (Ernst Stötzner) mientras que para Marko es tan sólo un trámite que debe pasar en épocas estivales dos o tres veces al año ya que por distintos motivos, cada uno de los miembros que forman su familia, se encuentran distanciados.
Hace años que cada cual se adaptó a una situación complicada. Gitte, mentalmente inestable, ha necesitado siempre un tratamiento especial y Jakob (Sebastian Zimmler), pese a ser el hermano pequeño de Marko, por propia iniciativa siempre ha sido el responsable del bienestar de su madre.
Aprovechando el momento de alegría que supone la reunión familiar en la que Jakob presentará a su novia Ella (Picco von Groote), Gitte se aventurará a dar una noticia que lleva meses esperando compartir: ha dejado la medicación y el tratamiento que llevaba años realizando. La alarma y preocupación de la familia inicial dará paso a tensas situaciones donde saldrán a la luz los secretos de cada uno.
Uno de los rasgos que nos suele diferenciar los latinos de los nórdicos es la forma de expresarnos y mostrar nuestros sentimientos, algo que por supuesto queda reflejado las obras cinematográficas y televisivas. Si aquí todo lo decimos, todo lo parloteamos y vomitamos las emociones entre gritos, lloros y risas, allí en el norte predomina la contención y la sobriedad y “¿Qué nos queda?” es una de las representaciones más extremas de este tipo de obras.
En la película se nos presentan unos personajes tan bien construidos, con un pasado tan real, que con la poca información que se va extrayendo de la película, se puede saber con certeza de donde vienen, las preocupaciones que tienen y hacia donde se encaminan. Los actores, siempre contenidos, no dan más de lo que necesitamos, algo que resulta excelente para que contemplemos con atención todos y cada uno de los conflictos que propone el guión de Bernd Lange. Unos conflictos que parten de la sencillez pero en los que se intuye que subyacen una profundidad insondable hacia la que nos veremos precipitados mientras el ritmo relajado de la película, con algunos momentos de tensión, nos va encaminando hacia el borde del abismo.
Sin duda, el director Hans-Christian Schmid, sabe de qué manera tiene que llevar la batuta para que, en un principio parece una sencilla historia familiar, se transforme en un verdadero drama que nada tiene que ver con la sensiblería infantil con la que nos suelen bombardear, latinos o no, cuando nos venden una película.
Pese que “¿Qué nos queda?” no habla de lo divino, ni de grandilocuentes emociones, ni de estados excepcionales o rimbombantes situaciones, conseguirá atrapar nuestra atención alejando en todo momento la idea preconcebida de que lo dramático resulta aburrido. Más aun cuando es posible que mucha gente pueda sentirse identificado con alguno de los personajes, alguna de las situaciones o alguna de las experiencias, porque, para variar, “¿Qué nos queda?” se atreve a hablar de lo humano usando bien un elemento que es extremadamente difícil de controlar: la realidad.
Esta entrada fue modificada por última vez en 17 junio, 2017 12:53
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